'Il.lusions elementals': crónica de una deriva

Los indigentes de la novela de Ponç Puigdevall son viles, insidiosos, alcohólicos y tétricos

Ponç Puigdevall.

Ponç Puigdevall. / JOAN PUIG

VICENÇ PAGÈS JORDÀ

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La literatura contemporánea, sobre todo el teatro y el subgénero de clowns, ha sufrido una invasión de vagabundos. Cada generación dispone de su generador de 'clochards': Knut Hamsun, Samuel Beckett, Jack Kerouac, Charles Bukowsky. Surgen imitadores de imitadores, que conocen la indigencia de tercera mano y que urden tramas diminutas en las que los vagabundos son excrecencias románticas, restos del paraíso perdido anterior al capitalismo, y que incluyen pronunciamentos antisistema de una ingenuidad pueril. Al contrario, los indigentes de Ponç Puigdevall (Sant Feliu de Guíxols, 1963) son viles, insidiosos, alcohólicos y tétricos.

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El rasgo estilístico principal de 'Il·lusions elementals' es el contraste entre la deriva anímica del protagonista y la precisión de la sintaxis con que esta deriva se describe, entre el caos con que se suceden los hechos y la lucidez extrema con la que se presenta la prosa. Las frases no alcanzan la longitud de las de su última novela, 'D’incògnit', pero también capturan los matices del tedio y de la desesperación en meandros y rodeos. En esta novela el autor sobresale en la plasmación de las transiciones, en la lentitud verosímil con la que el pánico se transforma en envidia, en la manera delicada como la aniquilación se disfreza de expiación, o en las fases exactas con que se suceden el hambre y la sed.

Los primeros capítulos nos muestran el inicio de la caída, la decadencia sentimental y económica, las mentiras sistemáticas, las estrategias inciertas con las que el protagonista aplaza el destino, las enfermedades imaginarias, las excusas de mal pagador, las simulaciones sin fin. La parte central del libro muestra la indigencia en primera persona, el refugio en instituciones caritativas, la convivencia con personajes devastados, las formas de la autodestrucción, la fatiga y la maldad. Son páginas de una crudeza excepcional. Al final del libro, el protagonista regresa del vía crucis e intenta encontrar su lugar, es decir, escribir.

A parte de las novelas de Céline, citado en el libro de forma explícita, puede resultar pertinente recordar aquí 'A esmorga', de Eduardo Blanco Amor, que narra los disparates cometidos por tres hombres en el Ourense de finales del siglo XIX mientras beben cada vez más alcohol para ir olvidando los disparates que han ido cometiendo mientras bebían alcohol. Este mismo naufragio en espiral, el leitmotiv fatídico de la huida hacia adelante, es el que narra a su manera 'Il·lusions elementals'.

La carrera literaria de Ponç Puigdevall está en el mejor momento. En los años 90, entre su primer libro de cuentos ('Un silenci sec') y el segundo ('Era un secret') pasaron siete años, y pasaron 12 más hasta que llegó la primera novela ('Un dia tranquil', 2010). Desde entonces el ritmo de su producción ha experimentando un considerable incremento, ya que ha publicado cinco libros en siete años, incluyendo cuentos, novelas y un libro de artículos literarios. El año pasado nos sorprendió obteniendo el premio de novela Joanot Martorell, que hasta ahora iba a parar a una alternancia de jóvenes promesas y de vacas sagradas. Puigdevall es otra cosa: un autor consolidado pero maldito, exigente pero áspero. Si su primer libro obtuvo el premio Andròmina, con el último ha regresado, 26 años después, al País Valencià.

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