DRAMA

Ida Viaje estético al pasado

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Pawel Pawlikowski

Viendo un filme como Ida uno tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido y nos encontramos realmente en la Polonia de los años 60 del pasado siglo. El trabajo de evocación estética y formal es inconmensurable: la iluminación en blanco y negro ni muy nítida ni demasiado contrastada, la interpretación distante de todos los actores, el tema tratado (los dolorosos ecos no mitigados de la segunda contienda mundial) y la construcción de cada encuadre, dejando mucho aire por encima de las cabezas de los personajes para oprimirlos, aunque parezca un contrasentido, aún más.

Pero Ida no es un filme manierista: recupera una estética concreta, la del mejor cine polaco de aquella creativa década (Jerzy Kawalerowicz, el Wajda más inspirado, el primer Polanski), para hablarnos de un tiempo pretérito no tan alejado del actual. La película relata la historia de una joven novicia de origen judío que en compañía de su tía, una jueza de convicciones comunistas después defenestrada, busca la tumba de sus padres asesinados.

A partir de la relación de las dos mujeres, de la crisis de identidad política de la tía y de la crisis del fervor religiosa de la novicia, y en función de ese viaje que no tiene nada de iniciático, sino de constatación del derrumbe de un país y de los desmanes del pasado reciente (la contienda y el Holocausto), el ya curtido realizador Pawel Pawlikowski disecciona espléndidamente lo colectivo y lo individual. Y de paso nos recuerda el esplendor que tuvo el cine de su país. Q. C.