La trayectoria vital y artística

Un icono de la cultura popular

UNA VIDA 31. Peret, en los años 90. 2. De derecha a izquierda, Peret, Salvador Dalí y Joan Capri. 3. El cantante en una de sus actuaciones a mediados de los 70. 4. En 1998, Jordi Pujol le entregó la Creu de Sant Jordi. 5. Marisol y Peret 6. El 29 de

UNA VIDA 31. Peret, en los años 90. 2. De derecha a izquierda, Peret, Salvador Dalí y Joan Capri. 3. El cantante en una de sus actuaciones a mediados de los 70. 4. En 1998, Jordi Pujol le entregó la Creu de Sant Jordi. 5. Marisol y Peret 6. El 29 de

JUAN MANUEL FREIRE
BARCELONA

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Peret no parecía muy convencido del término «rumba catalana». En el principio fue, sencillamente, rumba. La que tocaban los gitanos de Sants, Gràcia y el Raval. «De hecho, mi gran ídolo era Antonio González, El Pescaílla, más tarde marido de Lola Flores, que actuaba con su hermano El Polla y su otro hermano El Mero», decía en el libro de recuerdos Peret, el alma de un pueblo, escrito por su «sobrina paya» Cèlia Sànchez-Mústich. Pero Pere Pubill Calaf reinventó realmente el género: velocidad, una guitarra usada como instrumento percutivo, palmas de precisión metronómica. El resto, como suele decirse, es historia.

Historia de la cultura popular, en particular. Desde Los Corrales, humilde asentamiento gitano en Mataró, Peret saltó al mundo: sonido ubicuo allá donde hubiese fiesta, músico adorado a nivel internacional, imagen de la España tardofranquista con su propia colección de papeles protagonistas en películas.

'La noche del hawaiano'

Debutó a los 12 años con su prima Pepi en un festival a mayor gloria de Evita Perón, en el teatro Tívoli de Barcelona. Se llamaban Los Hermanos Montenegro y es una pena que por entonces no existiera Youtube. Pero antes de poder dedicarse por entero a la música fue carpintero, tapicero, chatarrero y, como su padre, vendedor ambulante de telas, un oficio que quizá le procuró su talento a la hora de galantear. Tras llamar la atención con un single compartido, logró su verdadero primer éxito con La noche del hawaiano, canción en rotación constante en discotecas de la parte alta de Barcelona como Bacarrá. Su música parecía ejercer de elemento aglutinante entre clases con la fuerza (imposible) de la melodía, la armonía y el ritmo. Peret hizo amistades entre la gente, digamos, bien, pero según dicen nunca renegó de sus orígenes, sino todo lo contrario; quería trasladar a otros mundos la energía vitalista que aprendió.

«Y es preferible, reír que llorar, y así la vida se debe tomar, los ratos buenos hay que aprovechar, si fueron malos mejor olvidar», cantaba en Es preferible reír que llorar. Sabiduría popular aireada por Peret en 1972, algunos años después de su boom con Una lágrima y, después, Borriquito, una crítica a lo que parecía entonces una obsesión por que todo fuera en inglés, aunque Peret no fue anglófobo y en su música inyectó el ritmo del rock vía Elvis.

También como Elvis, Peret tuvo sus propias películas, como Amor a todo gas (1969), El mesón del gitano (1970), un par de comedias del estajanovista Mariano Ozores como Si Fulano fuese Mengano (1971) y A mí las mujeres ni fu ni fa (1971), y ¡Qué cosas tiene el amor! (1973). No serán, quizá, lo más recordado de su legado, pero su existencia certifica el nivel de fama adquirido a nivel estatal por un artista que, al menos en principio, no quería oír hablar de fronteras.

Con el cambio de década dio la sorpresa y coloreó su trayectoria vital con una aventura de nueve años como pastor en la iglesia evangélica de Filadelfia. Ya no era Peret, sino el «hermano Pedro». Reconoció la equivocación, pero se quedó con lo bueno -de lo contrario, no sería él-: «Hay gente a la que saqué de la droga para que se uniera a mi iglesia. Y a esa gente la secta le fue muy bien. De hecho sigue allí y no ha vuelto a caer».

Su peripecia religiosa se había dilatado de tal manera que pocos esperaban un comeback de Peret. (Aunque como demostró en el disco Jesús de Nazareth de 1996, durante este retiro también había compuesto canciones). Pero tras algunos trabajos como productor, regresó a lo grande con Gitana hechicera, uno de los himnos de los JJOO de 1992, interpretada por Peret en la ceremonia de clausura con Los Manolos y Los Amaya. Con aquello de «Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder», Peret entregaba un nuevo mantra de autoafirmación (en este caso de toda una ciudad y un país) de los que no se olvidan.

A algunos les sorprendió ver a Peret en el Concert per la llibertat, teniendo en cuenta que, por ejemplo, había representado a España en Eurovisión en 1974. «Mire, he sido un español toda la vida. También he sido catalán y gitano, y payo, y hasta un poco francés, de Marsella. Soy todo eso», dijo en una entrevista el año pasado. Tiempo atrás, por otro lado, se distanció del «momento Eurovisión» asegurando que fue allí «obligado» por TVE.

Colaboración con David Byrne

No quedó en una gran posición (9º de 17 países), pero ya se sabe que, en general, triunfar en Eurovisión es casi una condena. Mejor así. Hoy lloran a Peret los públicos más diversos, desde los expertos en rumba catalana a los rockeros que fueron a verle en Villarrobledo (la gloriosa presencia extraña que Raphael ha sido este año en el Sonorama, Peret lo fue en el Viña Rock en el 2008). Indies todavía escépticos, busquen su colaboración con David Byrne de Talking Heads en el Peret: Rey de la Rumba del 2000.