CRÍTICA DE CINE

'Un hombre llamado Ove': almíbar a la pimienta

NANDO SALVÀ

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Gracias a títulos como como 'Mejor imposible' o 'Gran Torino', la figura cinematográfica del viejo gruñón se ha convertido en algo parecido a un arquetipo, reciclado ahora por la última candidata sueca al Oscar. El tal Ove es un hombre con el genio muy corto y con creencias firmes, rutinas estrictas y la convicción de que todos los que lo rodean son idiotas (combinada con la falta de reparos a la hora de hacérselo saber). Ayudado por una serie de vistosos 'flashbacks', rememora sus años de juventud mientras va probando sin éxito formas distintas de quitarse la vida para reunirse con su esposa.

Durante buena parte del relato la disciplina con la que Ove impone las normas de funcionamiento de su vecindario, insulta a dependientes y reniega de la tecnología moderna resulta irresistible; en buena medida el mérito es de la seductora acidez aportada por el actor Rolf Lassgard, que asimismo logra que las escenas suicidas transiten la fina línea que separa la tragedia y la farsa. Previsiblemente, sin embargo, Ove aprende a apreciar la vida de nuevo a medida que su fachada se desmorona, y entonces la película se pone sentimental, a ratos de forma excesivamente insistente.

En todo caso, el director Hannes Holm logra equilibrar lo cínico y lo melifluo, usando hábilmente la repetición y la exploración psicológica para hacer que la evolución de su protagonista resulte orgánica y creíble al tiempo que se asegura de que los ágiles saltos entre el pasado y el presente acarreen reflexiones sobre el dolor y la soledad que envejecer conlleva.

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