«La historia de Turquía es un relato de abusos»

Entrevista con la escritora turca Elif Shafak, autora de 'El arquitecto del universo'

La novelista Elif Shafak, en Estambul.

La novelista Elif Shafak, en Estambul. / MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ

NANDO SALVÀ
ESTAMBUL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En su novena novela, El arquitecto del universo (Lumen), la escritora turca afincada en Londres lleva a cabo un retrato exuberante y épico de Estambul en el siglo XVI, en pleno apogeo del imperio otomano. Para ello recuerda la figura del maestro Mimar Sinan, que diseñó más de 300 edificaciones bajo el mandato de tres sultanes distintos.

-¿Diría usted que El arquitecto del universo es una carta de amor a Estambul?

-Sí, pero hablamos de un amor complicado. No vivo en la ciudad y la echo de menos, pero cada vez que la visito me invade rápidamente una sensación de agobio y tengo que escapar. Pero pronto la vuelvo a añorar, así que regreso, y me siento de nuevo agobiada, y así. Es una relación pendular. Estambul posee una energía increíble y está llena de contradiciones memorables e historias que esperan ser contadas, por lo que resulta muy inspiradora para un artista. Pero puede ser dolorosa.

-¿En qué sentido?

-En todos. Por ejemplo, Turquía es una sociedad muy patriarcal, homófoba y sexista, en la que lacras como el incesto y la violación permanecen enquistadas. Es frustrante que haya tan pocas mujeres en la esfera pública, y que en algunos barrios ni siquiera puedan salir a la calle. O que el Gobierno diga que el aborto es un crimen, y se crea con derecho a opinar sobre cuántos hijos deberían tener las mujeres. Es un mal endémico: la historia de Turquía es un relato de abusos y marginalización de las minorías.

-A ese respecto, su libro parece funcionar a modo de corrección. 

-El trabajo de un escritor es dar voz a aquellos que han sido silenciados. A lo largo de mi carrera he dado voz a las minorías oprimidas por cuestiones de clase, de raza, de género. A los gitanos, los sufíes, los criminales, las prostitutas. El arquitecto del universo está ambientada en la época de máximo apogeo del imperio otomano, pero para mí era importante explorar su lado oscuro.

-El relato incluye asesinatos religiosos, templos destruidos y hogares demolidos para la construcción de mezquitas. Es difícil no establecer paralelismos con el mundo actual.

-Esa era mi intención, y por eso me fijé en la figura de Mimar Sinan. Entonces, como ahora, la arquitectura ha sido utilizada por los poderosos para exhibir su fuerza ante el mundo, y Sinan se las arregló para derrochar creatividad pese a la presión autoritaria ejercida por el sultanato. Cualquier artista de mi país puede tomar ejemplo de él.

-¿Es difícil ser artista en Turquía?

-Mucho. A los escritores, y a la gente en general, las palabras nos pueden causar problemas. Yo misma estuve a punto de pasar tres años en prisión acusada de atentar contra la identidad turca, signifique eso lo que signifique. De repente la gente escupía y quemaba fotos mías por la calle. Fue terrible. El problema es que en una democracia madura el individuo está protegido de los excesos del Estado, y en Turquía es todo lo contrario: el Estado se protege del individuo. Cualquier disensión es percibida como una traición.

-¿Es una escritora política?

-¡Qué remedio! Si eres un escritor en Turquía, o en Pakistán, o en Nigeria, o en Egipto, no te puedes permitir el lujo de ser apolítico. Ahora bien, la política nunca ha sido mi leit motiv al escribir. Nunca trato de hacer discursos ni adoctrinar. En todo caso considero mi trabajo como una forma de construir puentes. En Turquía creo que el fútbol, el arte y la literatura son las únicas áreas en las que personas de opiniones opuestas pueden comunicarse. Es una sociedad de guetos separados por muros de prejuicios, pero entre mis lectores hay conservadores, liberales, feministas, sufís, nacionalistas y marxistas.

-¿Cómo se siente ante la creciente intolerancia religiosa cultural que azota Oriente Próximo y Europa?

-Vivimos atrapados en un estado de amnesia. En Europa asistimos al auge de ideologías abiertamente racistas en países como Austria o Hungría, y me da miedo. Y por supuesto me aterra el modo en que la islamofobia y el sentimiento anti-Occidente se están nutriendo entre sí. Siento que Turquía podría haber ejercido de voz unificadora en tanto que país musulmán de fuerte tradición secular, y en ese sentido la aceptación por parte de la UE habría resultado positiva. La culpa de que no haya sucedido la tienen ambas partes.