CRÍTICA

Hipólito G. Navarro: Regreso feliz a la maldita literatura

El escritor andaluz publica el libro de relatos 'La vuelta al día' tras un largo silencio

Hipólito G. Navarro en la librería Laie, de Barcelona.

Hipólito G. Navarro en la librería Laie, de Barcelona. / periodico

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Nunca es fácil superar el éxito o estar a la altura de la expectativa creada. Quizá fue ese el obstáculo con el que se tropezó el genio multiforme de Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) en los años noventa: el del triunfo de sus primeros libros de cuentos, desde 'El cielo está López' (1990) hasta 'Los tigres albinos' (2000), que puso de acuerdo a crítica y lectores sobre la originalidad formal y la imprevisible inventiva del autor. Desde entonces, silencio. O silencio apenas interrumpido por una novela ('Las medusas de Niza', 2000) y la edición conjunta de sus cuentos '(Los últimos percances', 2005).  Solo por romper esa mudez, 'La vuelta al día' ya sería una magnífica noticia.

Pero, más allá del simbolismo de su retorno, aludido en esa 'vuelta' del cortazariano título, el libro viene a ser un muestrario de las artes de prestidigitación de Navarro como escritor breve y, por lo tanto, una ocasión única para que el lector que no lo conozca lo descubra. Las cinco secciones en que agrupa una veintena de relatos alternan extensiones (desde la minificción hasta el cuento largo de veintitantas páginas) y técnicas muy heterogéneas, lo que es una garantía contra el aburrimiento. El lema de Navarro parece ser "perecer antes que repetirse", tanto en la composición ingeniosa de los cuentos como en la prosa autoconsciente: no deja de experimentar con nuevos enfoques y modos narrativos que van desde el clásico relato circular con efecto final hasta la anécdota truncada y desconcertante.

Las propias historias que cuenta escapan a lo convencional y surgen a la vez de la observación de lo cotidiano y, sobre todo, del vientre de la tradición literaria: Cortázar, Borges, Felisberto Hernández, Italo Calvino (con un homenaje explícito) y el constante ruido de fondo de Kafka y Beckett. Tanto el tratamiento lúdico de las forma como el de los caracteres y peripecias están bañados en un humor de voltaje variable que lo mismo nos envuelve en una vibración irónica que lanza una descarga de socarronería caústica.

La impresión de batiburrillo de textos no desmerece el volumen y viene justificado en un prólogo que no debe dejarse pasar. Como tampoco el epílogo implícito del último cuento, con algo de confesión de quien comete textos como quien comete un crimen y, en el fondo, se regocija de poder escribir: "me cago en la literatura" ahora que ha vuelto a llorar por y para escribirla.