FRESCO DE LA MISERIA DE UN GRUPO DE ADOLESCENTES SIN HOGAR

Inmolado en la pira nazi

Hoguera de libros 8Miembros de las Juventudes hitlerianas queman obras en Salzburgo (Austria), en 1938.

Hoguera de libros 8Miembros de las Juventudes hitlerianas queman obras en Salzburgo (Austria), en 1938.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Willi es un adolescente que malvive en las calles del Berlín de los años 30, en plena crisis de entreguerras, poco antes de que Hitler llegue al poder. Entra en un bar para no pasar frío y ver si puede hacerse con un vaso medio lleno de cerveza que alguien ha dejado huérfano. Allí pone al día a un colega «de su vida de hambriento, de las noches en vagones de ferrocarril, en casas demolidas y edificios en construcción. De cómo vendía su cuerpo para no morir de hambre como el más miserable de los gatos. De sus pequeños robos para salir de apuros. Hasta que se integró en los Hermanos de Sangre». Así se llama la pandilla de chavales sin hogar que protagoniza y da título a una novela publicada con éxito en 1932 por Ernst Haffner, escritor, periodista y trabajador social, cuya pista desapareció después de que, al año siguiente, el libro fuera quemado por los nazis e incluido en su lista de libros prohibidos.

Como las ratas de Hamelín

Si bien el título original era Juventud en la carretera de Berlín, este descarnado fresco de la miseria de la juventud alemana que bebe de la literatura socialrealista de la república de Weimar, llega ahora en castellano como Hermanos de sangre en Seix Barral y en catalán en La Campana como La banda de Berlín. Germans de sang. La obra, que había entusiasmado al crítico Siegfried Kracauer, cayó en el olvido hasta que su recuperación, en Alemania en el 2013, por la editorial Metrolit, la convirtió en fenómeno de ventas avalado por la crítica -«una historia que tiene el vigor de Jack Kerouac, la dureza de Knut Hamsun, la moral desesperada de Albert Camus», en la que «sobrevuela este presentimiento: que un año más tarde llegará el agitador del bigotito y hará suyos a todos estos salvajes jóvenes alemanes como si fueran las ratas del cuento del flautista de Hamelín», escribió Der Spiegel-.

Tras investigar sin resultados la posible suerte que pudo correr Haffner, el editor actual, Peter Graf, quien especula con que cayera prisionero y muriera en un campo nazi o huyera a otro país, puso un artículo en el diario Bild am Sonntag llamando a toda persona que pudiera aportar información sobre él. Nadie respondió. No hay constancia de que muriera en la segunda guerra mundial y los archivos de la editorial original, que pudo la correspondencia entre autor y editor, se quemaron en 1943, en el bombardeo de Hamburgo. Solo existe una entrada a nombre de Haffner en el registro municipal de Berlín entre 1925 y 1932 y documentos que prueban que él y su editor fueron convocados a fines de los años 30 en la oficina de propaganda y censura del Tercer Reich. «No extraña que los nazis lo prohibieran porque es una fotografía de la realidad alemana que nadie querría ver -opina la editora de La Campana, Isabel Martí-. Sientes el frío, el hambre... El autor se acerca a esos chicos sin ningún juicio moral. Lo más angustioso es que muchos debieron acabar como soldados o en las filas hitlerianas». -explica Mar García Puig, editora de Seix Barral-. Sorprende lo terriblemente actual que es. Hay un paralelismo espeluznante con la crisis de hoy y cómo esta golpea a la juventud».

«Pone sobre la mesa una época traumática para Alemania y aporta una nueva mirada sobre la crisis de entreguerras

Ritos de iniciación

Los Hermanos de sangre tienen entre 16 y 19 años, son hijos de familias desestructuradas o padres caídos en la primera guerra mundial. Pasan el tiempo buscando fórmulas de lograr comida, cigarrillos, pagar a alguna prostituta vieja, maldormir en pensiones, buscar calor de día en bares o cines... Si no roban solo les queda, escribe Haffner, «prostituirse» «pasar hambre y más hambre hasta que les cruja el pellejo». Tienen su propia justicia (que incluye sangrientos azotes), ritos de iniciación («consumar, en el espacio de una hora, cuatro veces el coito hasta el orgasmo») y su propia moral: algunos se niegan a robar a mujeres y parados e intentan subsistir honradamente -revendiendo zapados usados, quitando nieve de las tiendas...- mientras evitan caer en manos de la policía, ya que no tienen papeles y eso implica un pasaporte al correccional, donde pueden ser encerrados aunque no hayan cometido delito alguno.

Varios han huido de esos correccionales, donde aprenden de sus colegas a «abrir cajas de caudales..., romper sin ruido una ventana..., cómo y dónde prostituirse en Berlín... Y cómo escapar y poner en práctica lo aprendido».