Hábitos cojoneros

Sor Lucía Caram compartió rúbricas con los castigados Santiago Vidal y Elpidio José Silva «Me llaman hasta guapo», soltaba Revilla

La firma de Miguel Ángel Revilla.

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IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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«La monja, para presidenta. A ella sí la votaría», clamaba una mujer entre el gentío. Sor Lucía Caram, la «monja cojonera», como ella misma se define, compartió mesa de rúbricas con dos togas del mismo talante. Santiago Vidal y Elpidio José Silva, cojoneros como ella y castigados, el primero con tres años de inhabilitación por redactar una Constitución  catalana, y el segundo, con 17,5 años por el caso Blesa (condena que ayer confirmó el Tribunal Supremo). Entre rosas, libros y selfies, recibieron el apoyo de un pueblo tan indignado como ellos.

Fue el tercer Sant Jordi para Caram, la entusiasta defensora de los invisibles pisoteados por los dragones de turno. «Es un día muy especial porque la gente es más optimista, tiene ganas de buenas noticias. Un alto en el camino tan dramático que vivimos». A la activista argentina le encantaría que su país tomase nota de la fiesta: «Así dejarían de quejarse de todo y celebrarían también la vida».

Recién proclamada Catalana de l'Any, asumió con sonrisa agradecida el precio de la fama. Cámaras, entrevistas... Más fotos que firmas. «Quisiera que el foco no se centrara en mí, sino en las causas», pedía la activista, que fue felicitada por los padres de Jordi Évole. «Yo pensaba que ganaría él, pero fue muy generoso: les dijo a todos, incluso a sus padres, que me votaran a mí». Ha perdido «mucha libertad» pero ha ganado fuerza la voz de los desfavorecidos por los que lucha. Allí estaban algunos, a pocos metros, con las cuerdas de las mantas en mano para huir al avistar a algún mosso. Mal día para salir corriendo entre la muchedumbre.

Silva vivió ilusionado su primera diada. A su juicio, es ese camino, el del conocimiento, el que se debe seguir para acabar con el régimen «tóxico y corrupto» que le ha perseguido. «Lo más admirable es que la gente quiere entender la brutal compleja forma de estafarnos a todos». No es fácil, pero ahí estaban los lectores del exjuez con La verdad sobre el caso Blesa y La justicia desahuciada para atar cabos.   «Lo importante es que además de comprar libros los lean», terció el magistrado Vidal, un «federalista independizado» convencido de que las urnas traerán un futuro mejor. «La cultura pasará a ser un bien básico con un IVA del 3%», vaticinó optimista el autor de Los siete pecados capitales de la justicia.

El bigote de Miguel Ángel Revilla sigue seduciendo a las masas. «¡Mira qué callo!», decía señalando un dedo sin tregua. «Buenos días, presidente», le saludó un joven, aunque la mayoría de dedicatorias iban a abuelos y padres. «También me leen los jóvenes. Mucha gente me dice que nunca antes habían leído un libro. Que les he abierto los ojos», se congratulaba el azote de la «jungla de los listos». «Si hubiera políticos como él, este país de chorizos sería rico», le halagó una joven. «Si es que me llaman hasta guapo», apostilló el crack.