Rosa Massagué

Periodista

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¡Guasch, nos has encogido el Liceu!

La marcha del director general deja al teatro de La Rambla saneado económicamente y menguado artísticamente

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En octubre del 2013 Roger Guasch llegó a la dirección general del Liceu con la misión de lograr la viabilidad del teatro donde el rojo de los números era el color dominante, y donde el director artístico y el del coro, Joan Matabosch y José Luis Basso respectivamente, ya tenían un pie fuera del teatro de La Rambla. Su experiencia en la reestructuración de empresas en momentos de crisis le avalaba para el puesto. Cuando Guasch llegó al Liceu acababa de lograr la fusión de La Aliança con la Mutua Divina Pastora (en realidad, la entidad valenciana absorbió a la catalana, que en Catalunya conserva su nombre).

Ahora Guasch se va con los deberes cumplidos. ¿Bien? Veamos. El Plan Estratégico 2014-2017 ha logrado el saneamiento económico de la institución. Si el Liceu fuera una fábrica de calcetines o de coches por poner dos ejemplos muy distintos, habría que aplaudir la gestión, pero el teatro ‘fabrica’ otros ‘productos’; unos, tangibles, pero otros, totalmente intangibles, que son los que hacen grande una entidad histórica como el Liceu.

De ser el primer teatro de España y uno de los importantes de Europa, el coliseo de La Rambla es hoy algo parecido a un teatro de ópera de provincias. La gestión sanadora de Guasch ha agudizado esta deriva. Contrariamente a lo que consta en el comunicado de prensa que dio la noticia de su marcha, bajo su mandato no se ha logrado mejorar ni la imagen ni el prestigio “a nivel local, nacional e internacional”. En los círculos operísticos de estos ‘niveles’, abundan los comentarios negativos. Algunos, con intención aviesa. Otros, con auténtico pesar. Y duele mucho oírlos.

Querer, como decía Guasch, que todo el mundo pise el teatro al menos una vez en su vida mediante unas promociones que recuerdan a aquel antiguo programa radiofónico ‘La comarca nos visita’ es un objetivo loable, y sirve para llenar butacas vacías, pero esto no hace grande el Liceu.

Lo que hace grande un teatro de ópera son unas masas estables de primera y un proyecto artístico. De lo primero, en el haber de Guasch merece constatarse la notable mejora de la orquesta bajo la dirección de Josep Pons. El proyecto orquestal no ha concluido, pero todo indica que va por muy buen camino. El resto está por hacer. La imprescindible mejora del coro parece confiada a la biología, es decir, a las jubilaciones por edad de sus componentes.

Para muchos aficionados, la temporada acabó con la última representación de 'Tristan und Isolde'

En cuanto al proyecto, no lo hay. La programación de esta temporada ideada por la directora artística Christina Scheppelmann lo demuestra. Es de suponer que obligada por las limitaciones impuestas desde la dirección general. Pero aun así, con limitaciones, cabía esperar una programación más imaginativa. Muchos aficionados consideran que la temporada acabó el 15 de diciembre con la última representación de ‘Tristan und Isolde’, en la que convergieron de forma impresionante orquesta, cantantes y puesta en escena.

Antes, hubo dos óperas –‘Viaggio a Reims’ y ‘Un ballo in maschera’— muy deficientes. Lo que queda son dos reposiciones, tres Donizetti, varias óperas en versión concierto, un Gounod y una sorpresa en el sentido más amplio de la palabra. Quienes vieron al moscovita Helikon Opera en su visita a Peralada hace unos cuantos años seguramente estarán temblando ante ‘El demonio’, de Anton Rubinstein, que traerán al Liceu. En la temporada hay grandes voces, sí, pero ellas solas no hacen buena una temporada. Y lo que se sabe de la próxima temporada, la 2018-2019, no apunta a un cambio de tendencia.

Guasch ha encogido el teatro. Esperemos que quienes elijan a su sucesor -la fundación cuyo patronato preside Salvador Alemany y las administraciones públicas-  consideren imprescindible que el teatro crezca, al menos, en calidad artística, y que sean conscientes de que la ópera, más allá del carácter de espectáculo, es CULTURA. Con mayúsculas.