La grieta (y 2)
Enrique de Hériz
Escritor
ENRIQUE DE HÉRIZ
La última vez que me asomé por esta columna quise hablar -al hilo de una saturación de comentarios trolescos en distintos foros virtuales- de cómo la brecha económica está generando una brecha cultural paralela. Peor: una varicosis de grietas que amenaza con causar el desplome del edificio entero del conocimiento. En el mes escaso transcurrido desde entonces, la realidad me da una razón que no deseo. Tenemos la grandeza mental y moral necesaria para inventar y producir un cacharro capaz de transmitir al mundo entero nuestros pensamientos en milésimas de segundo; también la mezquindad suficiente para mancillar ese invento genial como vehículo de pensamientos diarreicos. Porque decir algo parecido a «a mí qué me importa lo de Francia, yo lo que quiero es que empiece mi programa» solo puede merecer apelativos escatológicos.
Del mismo modo, hemos ido construyendo a lo largo de la historia esquemas políticos, instituciones, órdenes sociales de los que abominamos con frecuencia pero que, pensándolo bien, representan la cumbre de la civilización humana con bastante dignidad. Tenemos modos de proponer a nuestros congéneres cómo queremos organizar nuestro mundo y disponemos de la posibilidad de escoger, por lo general cada cuatro años, quién y con qué criterios debe hacerlo. Y en virtud de ese sistema -un sistema nacido hace siglos y corregido, ajustado, por docenas de guerras, revoluciones, hambrunas, vuelcos y avances-, nos acercamos a las urnas sin tener ni tan siquiera una idea aproximada de qué cosas distintas son pueblo, Gobierno y Estado. Es esa ceremonia de la confusión la que nos permite escribir que no nos importan los muertos porque no son de aquí, sino de allá.
Si eso revelara la dimensión de la maldad humana, no vendría yo aquí tan sorprendido. Pero no es la maldad. Es la estulticia, la mezquina cortedad de nuestros cerebros. Por eso, después de darle al enviar, seguimos bailando como buenos trogloditas, con el garrote en la mano. Un garrote con pantalla táctil, eso sí; último modelo.
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