UNA AUTORA TOCADA POR LA HABILIDAD PARA INCOMODAR

La grasa perturbadora

Lionel Shriver, autora de 'Tenemos que hablar de Kevin', construye en 'Big Brother' una despiadada crítica a la obesidad como epidemia social

La escritora norteamericana, el miércoles en Barcelona.

La escritora norteamericana, el miércoles en Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Los libros de Lionel Shriver (Gastonia, Carolina del Norte, 1957) suelen llevar al lector a desagradables simas de inquietud y mal rollo. El mejor y más conocido ejemplo es Tenemos que hablar de Kevin, retrato de un psicópata adolescente desde el punto de vista de su madre, que también fue película. Ahora la autora, afincada en Londres donde vive con su marido, músico de jazz, se enfrenta a su cuarto título desde aquel. Big Brother (Anagrama / L'altra) tiene un punto de partida real, la muerte de su hermano mayor, obeso mórbido, que falleció en el año 2009, poco antes de someterse a una operación de by-pass gástrico. En las horas previas, el médico había hablado con Shriver sobre la posibilidad de que su hermano se trasladase al domicilio de ella para el postoperatorio, algo que, truncado por la muerte, nunca llegó a ocurrir. Sí, ocurre sin embargo en la ficción porque Shriver construye su novela a partir de ese supuesto, que se revelará desquiciante. «No trata de lo que ocurrió, sino de lo que habría podido ocurrir. Esa idea está en el punto de partida de la mayor parte de mis novelas». 

Hablar de obesidad para la escritora es referirse a una adicción individual apuntalada en una sociedad enloquecida en la que coexisten la comida basura y el culto al cuerpo. «En Estados Unidos, donde este problema es más acuciante -aunque últimamente está llegando a Gran Bretaña- solo hay que ver la tele para darse cuenta de que allí tienen un problema, que lo único que les importa es la comida, con esos programas de fast food, de alta cocina y de cómo perder peso». Y se lanza a un psicoanálisis de urgencia de esta sociedad de consumo atrapada en un círculo vicioso: «Todo está diseñado para que nuestra satisfacción jamás sea satisfecha. El gozo suele venir de la culminación del deseo, pero cuando se tiene demasiado de lo que hemos deseado inmediatamente se mata el deseo». Aplíquese esa regla a la comida y se obtendrá un diagnóstico tan desagradable como inquietante. «Hemos sustituido el sexo por la comida. Ahora lo prohibido es la comida porque el sexo está en todas partes». También lamenta que aquellos posibles lectores aquejados de obesidad sientan una gran aversión por un libro que, desde luego, no ofrece una visión complaciente del problema. «Me ven delgada en la solapa y supongo que creen que quiero juzgarlos cuando no es así».

Los miedos de Lionel

Si en Tenemos que hablar de Kevin, Shriver parecía esconder su propio miedo a la maternidad, en esta novela bien podrían reflejarse, o por lo menos así lo dejado entrever la prensa británica, algunas características de la relación de la fibrada autora con su cuerpo, ya que suele correr cada noche 16 kilómetros a lo largo del Támesis y, pese a ese gasto calórico, solo hace una comida al día. «La prensa británica ha querido retratarme como a una loca, solo porque soy mujer. No ocurrió lo mismo con un famoso militar inglés, de quien se reveló que hacía lo mismo que yo, y de quien destacaron su gran disciplina».