Festival de verano de Barcelona

La gran farsa del capitalismo

El francés Sylvain Creuzevault lleva a la comedia las teorías de Karl Marx

Una imagen de 'El capital', montaje del francés Sylvain Creuzevault inspirado en la obra cumbre de Karl Marx que se estrena mañana en el Lliure.

Una imagen de 'El capital', montaje del francés Sylvain Creuzevault inspirado en la obra cumbre de Karl Marx que se estrena mañana en el Lliure.

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Apasionado conversador y director teatral, el francés Sylvain Creuzevault ha tenido la osadía de llevar El capital de Karl Marx -la obra más influyente, La Biblia aparte- a los escenarios. Pero, y he ahí el gancho, en clave cómica. De entrada, explica el propio Creuzevault, hay que olvidarse del concepto de «peñazo y tostón» que despierta en el imaginario cualquier referencia al texto de Marx. «He querido desdramatizar su imagen seria», aclara. «En Francia le hemos cambiado el título y ahora es El capital y su mono de repetición». El capital que se presenta en el Teatre Lliure, del 24 al 26 de julio, es una comedia, una farsa, que desenmascara, eso sí, al gran vampiro de la sociedad actual. La interpretan en francés 13 actores de la compañía D'ores et déjà, que aunque suelen trabajar mucho la improvisación han tenido que ceñirse al texto por los sobretítulos en catalán.

Explica el joven director que el concepto que más le interesó tratar, más allá de la lucha de clases, es «el fetichismo de la mercancía». «Todo en el mundo es mercancía, ha devenido un dios. Los bienes valen más que las personas que los producen. Los productores se someten a sus propias producciones». La obra lleva al terreno de la comedia del arte, a la risa sardónica, los «progresos de la alienación social obtenidos por el sistema de producción capitalista».

La acción se sitúa en el París de mayo de 1848. En el Club de los Amigos del Pueblo, que fundó François-Vincent Raspail tras la revolución que acabó con la monarquía de Luis Felipe I de Francia. Los personajes regresan de la primera manifestación organizada tras la reunión de la nueva asamblea constituyente, elegida por sufragio universal masculino, que proclama la Segunda República. En ese contexto el pueblo vela para que no le confisquen el movimiento revolucionario durante el que la cuestión social del trabajo se ha situado en la esfera política.

Creuzevault ha huido de la voluntad didáctica e historicista en una obra que conecta directamente con  la hecatombe de este convulso siglo XXI. En su ficción, convoca a pensadores como Freud, Brecht o Foucault en ese club fraternal que se convierte en un avispero de discusiones y peleas. Algunos empiezan a desconfiar del sufragio universal, aparentemente un hecho democrático, pero que en la práctica conduce a la confiscación del movimiento por parte de la representación política. Los que deciden pasar a la acción, acabarán detenidos y llevados a juicio.

«Vivimos dependientes de un montón de cosas que no podemos controlar. El capitalismo ha llevado al alucinante auge del deseo de sumisión al Estado por parte de la sociedad. Cuanto más consumista y dependiente de la economía, más requiere un Estado fuerte», se lamenta Creuzevault, que ha preferido llevar la cuestión a debate antes de formalizar alguna solución. «Todo es tan confuso que necesito mucho más tiempo de observación». Lo que tiene claro es que lo único que nos une en este mundo es el mercantilismo. Se despide con una última reflexión: «En el modo de producción capitalista todos sabemos el texto a seguir pero no hay autor. Ese es el misterio».