NOVEDAD EDITORIAL

Gay Talese, en el hotel de los líos

El reportero publica en España una edición revisada del su controvertido 'El motel del voyeur', que le obligó a prodigar justificaciones y excusas por fisgar a los huéspedes

El establecimiento hotelero de Colorado, propiedad de Gerald Foss, del que Gay Talese en 'El motel del voyeur'.

El establecimiento hotelero de Colorado, propiedad de Gerald Foss, del que Gay Talese en 'El motel del voyeur'. / periodico

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Un día de 1980, el maestro del nuevo periodismo Gay Talese se coló junto con el propietario de un motel de Colorado en el desván desde el que podían espiar, por unos falsos respiraderos, qué sucedía en varias de las habitaciones de los huéspedes. “A pesar de que una insistente voz dentro de mí me decía que apartara la mirada, seguí observando cómo aquella mujer esbelta le practicaba una felación a su pareja, y me aproximé para ver más de cerca”. Ese día Talese cometió un desliz que no tuvo consecuencias -su empecinamiento en ir inmaculadamente trajeado hizo que su corbata a rayas rojas se deslizase por la rejilla de ventilación y solo la concentración en sus tareas de los clientes impidió que vieran la llamativa tira de tela que colgaba del techo- y otro que le persiguió 36 años después, cuando publicó en EEUU ‘El motel del ‘voyeur’ y se vio obligado a prodigar justificaciones y excusas.

La tentación del fisgoneo que había llevado a infringir toda norma ética y legal durante más de dos décadas al propietario del establecimiento pudo también con Talese. Su informante le proporcionó relatos datados en  periodos en que resultó que ya no era propietario del hotel, o aún no lo era, le hizo cómplice de numerosos delitos y de la fantasía (¿les suena?) de que todo se trataba de un experimento sociológico, no le dejó más remedio (o no) que transcribir una y otra vez un diario imposible de contrastar y en ocasiones inverosímil,  advirtiendo de vez en cuando de la poca fiabilidad de su fuente informante (“era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un ‘voyeur’ épico”) o de su hipocresía cuando resulta que acaba obsesionado por la videovigilancia gubernamental de la que somos objeto hoy... pero Talese no escuchó la voz que le decía que apartara la mirada. Y muy probablemente, el lector del libro, publicado ahora en España por Alfaguara con algunas correcciones menores tras el escándalo desencadenado, tampoco pueda hacerlo.

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CONTACTO INTERMITENTE

El 7 de enero de 1980, Gay Talese, entonces en boca de todos por la inminente publicación de su reportaje sobre la sexualidad de los americanos ‘La mujer del prójimo’, recibió la carta de un tal Gerald Foos, un antiguo marino que había comprado un motel en las afueras de Denver. Allí le explicaba que llevaba 15 años espiando las actividades de sus clientes más atractivos, a quienes reservaban las ‘habitaciones con vistas’. “Me inquietaba profundamente que ese hombre hubiera violado la confianza de sus clientes e invadido su intimidad”, escribe. Pero tardó pocos días en viajar a Colorado para conocerlo, a él y a su mujer, Donna, una enfermera que colaboraba en sus observaciones. Durante décadas mantuvo un contacto intermitente y fue recibiendo por entregas el diario de las observaciones de Foos. Pero no quiso convertir la experiencia en libro hasta que su informante aceptase que su nombre saliese a la luz (lo que sucedió una vez prescritos los posibles delitos, de Foos y de Talese, y tras un acuerdo económico del que no se dan detalles).  

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“Durante mucho tiempo he querido contar esta historia, pero no tengo talento suficiente”, le confesaba Foos a Talese en su carta de presentación. Eso no fue óbice para que Talese dedicara un buen tercio del libro a la transcripción del diario del ‘voyeur’ que describía prácticas sexuales con una prosa llena de tópicos. Pero, de nuevo, la tentación del ‘voyeur’ literario de reproducir las escenas con pelos y señales fue demasiado fuerte.

MÁS QUE UN MIRÓN MORBOSO

Foos y Talese pasan gran parte del libro prodigando explicaciones para la labor de fisgoneo de la que harán cómplice al lector. Una obsesión que el hotelero intenta revestir de interés científico por la evolución de las prácticas sexuales de los norteamericanos. Aunque convertía su labor en un estímulo para sus prácticas masturbatorias califica a su escondite de “laboratorio de observación”, intenta establecer estadísticas de prácticas, documenta la evolución del número de parejas interraciales, escenas de sexo en grupo o intercambios homosexuales... “Tal como él lo veía -explica Talese- no era un simple mirón morboso, sino más bien un investigador pionero cuyos esfuerzos podían equipararse a los de los renombrados sexólogos del Instituto Kinsey o del Instituto Masters & Johnson”. Y cuyos sujetos de estudio, remarca un Talese a veces sarcástico,  a veces condescendiente, con las pretensiones de Foos, desconocían serlo, lo que les hacía quizá más reales.

De hecho, al observador le interesan las prácticas sexuales más excitantes o aberrantes (mucho sexo oral, curas o monjas utilizando consoladores o revistas puestos como señuelo, sexo con un compañero disfrazado de cabra, ‘bestialismo’ con osos de peluche) y le obsesionan los hábitos higiénicos (sorprende dónde llega a orinar la gente), pero también registra la infelicidad, las relaciones frustrantes y los actos deshonestos de sus clientes, que dejan (a Foos, a Talese y al lector) un poso de desoladora tristeza.

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"El asesinato brumoso","text":"El esc\u00e1ndalo se desat\u00f3 cuando Talese, en un adelanto de la publicaci\u00f3n del libro, confes\u00f3 que Foos fue testigo de un asesinato, que no impidi\u00f3 ni denunci\u00f3. Y que el escritor conoc\u00eda esta circunstancia desde muchos a\u00f1os atr\u00e1s. Una vez le\u00eddo el libro, los hechos parecen (qui\u00e9n sabe si por la necesidad de los autores de diluir su culpa) algo distintos. Seg\u00fan Foos, fue testigo de c\u00f3mo un traficante estrangulaba a su pareja, acus\u00e1ndola de haber vendido las drogas que guardaba, cuando hab\u00eda sido el hotelero quien las hab\u00eda arrojado al v\u00e1ter. Sostiene que no intervino porque crey\u00f3 que la mujer respiraba cuando el asesinado dej\u00f3 la habitaci\u00f3n... pero al d\u00eda siguiente se encontr\u00f3 el cad\u00e1ver. Foos ser\u00eda culpable de no auxiliar a la v\u00edctima pero al d\u00eda siguiente denunci\u00f3 la muerte y dio a la polic\u00eda todos los datos del culpable... al que nunca localizaron porque utilizaba una identidad falsa. Para complicarlo todo m\u00e1s, Talese investig\u00f3 al cabo de los a\u00f1os qu\u00e9 hab\u00eda sucedido, para encontrar que no hab\u00eda ning\u00fan registro policial de esa muerte.\u00a0"}}

    

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