Moderno y rompedor Chéjov de Ostermeier

El gran director alemán y el Théâtre de Vidy brillan en Temporada Alta con su actualizada versión de 'La gavina'

Thomas Ostermeier

Thomas Ostermeier / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / GIRONA

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Todos los grandes creadores contemporáneos sienten el impulso de  llevar alguna vez a escena, además de ‘Hamlet’ y otras tragedias de Shakespeare, las obras de Chéjov. El alemán Thomas Ostermeier, director residente de la Schaubünhne de Berlín y uno de los referentes del teatro europeo, tampoco ha podido resistirse a la tentación de ofrecer una renovada mirada a ‘La gavina’ ('La mouette'). Y su rompedora versión de la obra, presentada por primera vez en España en el Municipal de Girona dentro de Temporada Alta,Temporada Alta sacudió al teatro con su estimulante modernidad.

¿Es esto Chéjov? Como mínimo es una incursión apasionada y combativa de la pieza representada. El montaje busca el paralelismo de la trama con el trasfondo de la actual crisis humanitaria. El director no duda en utilizar para ambientar el espectáculo a clásicos del rock, que van de Jimi Hendrix a David Bowie o de The Doors a Velvet Underground, interpretados por un guitarrista y Mélodie Richard (la ingenua,  misteriosa y sublime Nina de la obra), además de situar en escena a la artista Marine Dillard, que dibuja en vivo sobre la pared del fondo del escenario el decorado de la obra. La pintora acabará recreando el lago y las colinas del relato, aunque en el tramo final las haga desaparecer masacradas por un telón con el que cierra una etapa e inicia otra.

Todos estos recursos, y los de la sabia utilización de una escenografía prácticamente desnuda inspirada en la prisión de la isla de Sakhalin de Siberia que en su día visitó el autor, son el marco para un juego dramatúrgico de gran claridad y eficacia, pese a que no logra desencadenar las emociones a flor de piel que provocó el montaje de Oskaras Korsunovas en este mismo festival.

TEXTO ACTUALIZADO

Los actores del Théâtre de Vidy de Lausana se han adaptado sin  problemas al ritmo impuesto por el director y han asumido el reto de utilizar al principio del espectáculo textos improvisados durante los ensayos que aluden al Estado Islámico o el conflicto sirio. Aparecen también pasajes leídos de ‘Plataforma’ de Houellebecq e incluso una cómica alusión a Gerard Piqué. Estas metafóricas y en algún caso irónicas incursiones contribuyen a actualizar la historia situándola en un contexto que el propio Chéjov -que según Ostermeier “hoy sería un activista”- hubiera aplaudido.

Pero el creador no cae en el error de desvincular la lectura de la obra de su vertiente trágica y universal. El conflicto intergeneracional del arte está siempre presente en el relato. En  esta línea, Valérie  Drèville compone muy bien a la decadente Irina, egocéntrica y patética artista, enfrentada a su radical hijo Kóstia (Matthieu Sampeur, que muestra su rebeldía y fragilidad con gran profundidad), mientras François Loriquet interpreta con empaque al escritor Trigorin (amante de su madre y de Nina). El drama del amor no correspondido de los descentrados personajes de la obra comparece nítidamente definido. Y es que Ostermeier nunca deja puntada sin hilo.