40º ANIVERSARIO

La Fundació Miró se reinventa

El centro inaugura una renovada colección permanente en los espacios que el pintor y el arquitecto Sert concibieron para ella originariamente

El tríptico 'La esperanza del condenado a muerte' (1974), que Miró terminó el día que murió Puig Antich, en una de las capillas de la renovada presentación de la colección permanente de la Fundació Miró.

El tríptico 'La esperanza del condenado a muerte' (1974), que Miró terminó el día que murió Puig Antich, en una de las capillas de la renovada presentación de la colección permanente de la Fundació Miró. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

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A cada lado de ‘Mujer rodeada por una bandada de pájaros en la noche’ (1968), pintada sobre una gran lona utilizada durante la vendimia para llevar la uva, figuran óleos como ‘Paisaje de Mont-roig’ (1916) y ‘Mont-roig, la iglesia y el pueblo’ (1918-1919). Es este pequeño pueblo del Camp de Tarragona el protagonista de la primera sala de la Fundació Miró con que esta inaugura la renovada presentación de la colección del artista. “La tierra es transversal en toda su obra y para él la tierra significa Mont-roig.  Era su refugio, donde encontró la idea de primitivismo y vivió en comunidad con el paisaje, donde halló el equilibrio entre la tradición y la modernidad”, cuenta Teresa Montaner, jefa de Conservación del centro, que junto a la directora, Rosa Maria Malet, han impulsado los cambios en la exposición permanente. 

El proyecto, poliédrico, con 150 obras sobre una superficie de 1.558 metros cuadrados y una sala multimedia, y un presupuesto de 900.000 euros, actualiza la oferta enriqueciéndola con nuevos depósitos de la familia del artista, la integración de la importante colección Kazumasa Katsuta y la recuperación de fondos del museo. Entre estos últimos, la ‘Serie Barcelona’ (1944), litografías en blanco y negro con los signos de pájaros, constelaciones y mujer, y los trípticos ‘Pintura sobre fondo blanco para la celda de un solitario’ (1968) y ‘La esperanza del condenado a muerte’ (1974, que terminó el día que Franco ejecutó a Salvador Puig Antich).

COMPLICIDAD CON SERT

Ambos trípticos de gran formato ocupan ahora las capillas que originalmente el arquitecto Josep Maria Sert, artífice del blanco edificio de la Fundació, habilitó a petición del propio Miró como espacio para la contemplación y meditación, con banco incluido. La renovación, que culmina la celebración del  40º aniversario, ha seguido, según Malet, “la voluntad de recuperar el contacto del interior del edificio con el exterior y la relación entre arte y naturaleza”, tal como concibieron el museo ambos artistas, amigos y cómplices. “Sert hablaba del movimiento de visitantes por espacios de reposo y contemplación de algunas obras pero Miró incluso le anotó que añadiera zonas ‘sin ver obras’”, apunta Jordi J. Clavero, jefe de área educativa.

La colección permanente ha ocupado el espacio en el que hasta ahora se ubicaban las exposiciones temporales, que en realidad es el que inicialmente Miró y Sert pensaron para acogerla. Será la muestra de Ignasi Aballí (premio Joan Miró) la que en junio inaugurará las nuevas salas para las temporales. 

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El replanteamiento ha permitido el reencuentro de ‘El día’ y ‘La noche’, de 1974, concebidas originariamente como díptico pero que no estaban juntas desde que ese año se expusieron en el parisino Gran Palais. Están en la última sala, ‘Arte y cotidianidad’, que cierra un círculo con la tierra de Mont-roig al volver a piezas unidas a la naturaleza y la vida rural, que le daba a Miró objetos humildes con los que realizó piezas de cerámica y esculturas, como ‘Su majestad el Rey, Su majestad la Reina y Su alteza el Príncipe’ (1974), para la que usó tres herramientas de payés.

Tras Mont-roig Miró se abrió a las vanguardias parisinas y rebasando las convenciones comenzó  “el asesinato de la pintura”. Montaner señala ‘Pintura’ (1925), conocida como ‘El león’ y cedida por la Fundació La Caixa, donde unos arañazos parecen surcar el óleo. Prefiguraron la guerra civil “las pinturas salvajes”, con monstruos grotescos y obscenos, como en ‘Personaje’ (1934), de la colección Katsuta, ‘Hombre y mujer frente a un montón de excrementos (1935) o ‘Mujer desnuda subiendo la escalera’ (1937), “con una mujer cruelmente deformada”. Perdida aquella agresividad en 1940, las constelaciones mironianas brillan en ‘La estrella matinal’ (1940), que el pintor regaló a su mujer, Pilar Juncosa.

El interés de Miró por la espiritualidad zen y el arte oriental le llevó a la máxima desnudez, la poesía y el silencio. ‘Paisaje’ (1968), con un único punto azul sobre el lienzo, que parece resonar sobre el espacio, es el mejor ejemplo: “El silencio es la negación del ruido, pero resulta que el menor ruido, en el silencio, se hace enorme”, decía.