Los «héroes intrépidos» de Silicon Valley

Doug Menuez, el fotógrafo que se convirtió en la sombra de Steve Jobs, muestra en La Virreina 300 fotografías que documentan la vida de las «tribus» de las nuevas tecnologías de 1985 al 2000

Steve Jobs, en 1986, un gesto característico, mirando hacia el suelo y torciendo la boca, algo que precedía sistemáticamente a una bronca descomunal.

Steve Jobs, en 1986, un gesto característico, mirando hacia el suelo y torciendo la boca, algo que precedía sistemáticamente a una bronca descomunal.

ERNEST ALÓS / Barcelona

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El fotoperiodistaDoug Menuezle propuso aSteve Jobs, al que acababan de echar a patadas deAppleen 1985, convertirse en su sombra. Que de ese trabajo saliera lacrónica gráficade cómo volvía a ponerse en pie, de «su regreso».Jobs aceptó el reto, la reputación de discreto de Menuez pasó de boca en boca y acabó teniendo las puertas abiertas para documentar, como un antropólogo bienvenido en todos los campamentos de una confederación de tribus exóticas, la vida interna de hasta 70 empresas deSilicon Valley. Gurús como Jobs yGates, ingenieros derrumbados sobre un teclado mientras una fotografía clavada en un corcho les recuerda con quién están casados, inversores dispuestos a hinchar hasta reventar la 'burbuja .com', operarios de Intelhaciendo ejercicio sin salir de su traje de buzo entre chip y chip, aquel programador del proyecto Newton que se suicidó después de que le dijeran que tenía que repetir el trabajo de un año, triunfadores y pioneros hundidos hoy en la miseria... «Eran héroes intrépidos», recordaba ayer Menuez mientras explicaba la anécdota escondida tras cada imagen.

De ese trabajo de 15 años salieron 250.000 fotografías, una selección de las cuales (50 expuestas y 250 en pantalla) puede verse desde hoy en LaVirreinaCentre de la Imatge, procedentes del festivalVisa pour l'Imagey en el marco de la nueva cita de fotografía documental deBarcelona Circuit 2013.

«Era emocionante sentir que vivías un momento revolucionario. Estaban inventando una nueva cultura que cambiaría nuestra vida», explica el fotógrafo. Crítico con muchas de las consecuencias de lo que sucedió en aquellos tiempos tecnoépicos, pero aún fascinado: «Un día le pregunté aSteve Jobs: `¿Pero tú que quieres?¿ Y me contestó: `Que algún día, un chico, dentro de una habitación en Stanford, pueda curar un cáncer desde allí con un dispositivo móvil'».

Aunque el magnetismo de Jobs amenaza con monopolizar la exposición, también están presentes algunos de sus archienemigos, como los directivos de AdobeJohn WarnokyChuck Geshke, su némesis en Apple, John Sculley, y, por supuesto,Bill Gates, al que entonces todos odiaban. «Pero ahora es mi héroe», apunta. El fotógrafo le retrata durante una conversación en que defendía el abaratamiento («no más de 50 dólares») de los derechos de reproducción de una fotografía (tras quedar horrorizado por saber lo que le costaría tener en su mansión una pantalla que reprodujera continuamente fotos; lo solucionó haciéndose con un banco de imágenes,Continuum / Corbis). Una forma de recordar cómo empezó la ofensiva de las compañías tecnológicas contra los creadores de contenidos que ha acabado con la plaga del 'todo gratis' y la ruina de profesiones enteras como las de Menuez.

El «lado oscuro»

Esa es una de las facetas oscuras del mundo en el que se sumergió durante 15 años, junto con otras como lahiperexplotación laboral, disimulada bajo la fachada --«parece cool, pero no lo es»-- de las payasadas para descargar tensión o las instalaciones recreativas en los lugares de trabajo; una fotografía muestra cómo le dejaron la mesa, esperando a su retorno, a un ingeniero deAdobeque se atrevió a tomarse unas vacaciones, y otras a madres con hijos que se pasaron los dos primeros años de vida en los cuarteles generales deApple.

«Las empresas delmundo digitalhacen dinero devaluando el trabajo de los demás, pero eso sí, !defienden de forma feroz su propia propiedad intelectual!», advierte el fotógrafo, que recuerda con nostalgia los tiempos en que le pagaban bien por su trabajo (él puede respirar tranquilamente gracias a que la Universidad de Stanford le compró su archivo).