EL LIBRO DE LA SEMANA

La fiebre del mundo

Al fin reunidos los memorables cuentos de William Goyen

El escritor estadounidense William Goyen.

El escritor estadounidense William Goyen.

SERGI SÁNCHEZ

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En una magnífica entrevista publicada en The Paris Review en 1975, el estadounidense William Goyen (1915- 1983) se quejaba de que los estudiantes de escritura creativa carecían del sentido de pertenencia a un lugar. ¿Cómo había sido su infancia? ¿Dónde habían crecido? ¿En qué calle? ¿En qué barrio? Las preguntas son pertinentes, porque Goyen edifica su poética en el melancólico porche de los sueños infantiles, en un paraíso perdido que nadie en sus cabales volvería a visitar. Los fabricantes de etiquetas le han colgado el cartel de «gótico sureño en venta», como si colocarle junto a Carson McCullers, Flannery O'Connor y William Faulkner fuera suficiente para destacar su condición de hermano menor o perro verde. Las comparaciones son odiosas, pero si leen cuentos como Chicos de campo, Las colinas de Arkansas o Si tuviera cien bocas, advertirán que no tienen nada que envidiarle a El corazón es un cazador solitario.

No sorprende en absoluto comprobar en esa misma entrevista que Goyen citara a poetas como Pound, Milton, Eliot y Dante como principales influencias faros-guía de su prosa. El vuelo lírico de estos cuentos memorables incendian la soledad, el hambre, la rabia y la violencia que tiñen las brasas de una naturaleza a la vez salvaje y acogedora, refugio infernal de todos los pecados y todos los remordimientos. Parece desfilar ante nuestros ojos aquella América contada por James Agee e inmortalizada por Walker Evans, protagonizada por la desesperación de la mirada de un niño que ha visto demasiado.

Ese «ver demasiado» (o ese «saber ver») parece ser el tema de buena parte de los relatos (inciso: hasta ahora los editores españoles nos habían escatimado a Goyen en un ejemplo monumental de miopía literaria) de esta antología. A veces la crueldad hiperbólica del mundo, en la que el incesto y el matricidio son leyes naturales, determina el destino de varias generaciones, como una maldición. Otras, la maldición consiste en ser consciente de la fragilidad del mundo, de la belleza de la tierra baldía o de la amenaza oculta en el bosque de la noche. Goyen acude a su memoria para resucitar los fantasmas de su infancia pero también de su momento presente: las alusiones al alcoholismo, a los campus universitarios y a la vida en Europa demuestran que cree en el pacto autobiográfico. La literatura siempre acaba replegándose a las exigencias del yo, que no del yoísmo. La suya es una escritura insular, que se abre a la experiencia cerrándose a las modas: si le preguntabas sobre las afinidades con sus contemporáneos, Goyen respondía con una rotunda negativa.

PULSO A LA VIDA / «¿Cómo puede algo tan inmundo y mortífero hacer algo así... tan bello? Tengo una sensación muy rara. No puedo describirla. ¿Alguna vez te ha pasado?». Las cursivas son de Goyen, y definen la relación que su prosa quiere establecer con el lector: en el ojo del huracán, tú y la belleza. No hay nada más, porque lo que está alrededor son vibraciones del lenguaje para captar las turbulencias del mundo. Si la arquitectura de algunos relatos es algo abrupta, si parece que a veces falta la pared maestra, es porque Goyen intenta tomarle el pulso a la vida, que tiene fiebre y delira, y habla en sueños. Goyen solo es el transcriptor: su literatura dice la verdad como solo puede decirse mientras estás dormido.

3CUENTOS COMPLETOS

William Goyen

Trad.: Esther Cross y Carlos Ribalta

Seix Barral. 574 págs. 25 €