MUESTRA DEL ANY CASAS

Rusiñol y Casas, una epopeya en carro

Una exposición en el Museu de la Vida Rural de L'Espluga de Francolí rescata las campañas paisajísticas por Catalunya de los dos amigos artistas entre 1889 y 1892

Dibujo de Ramon Casas para serie de artículos de Santiago Rusiñol 'Desde mi carro'.

Dibujo de Ramon Casas para serie de artículos de Santiago Rusiñol 'Desde mi carro'. / periodico

ANNA ABELLA / L'ESPLUGA DE FRANCOLÍ

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Jóvenes hijos de la burguesía catalana, con merecida fama de bohemios, amigos (de por vida) y, de tan trabajadores, “auténticos obreros del arte”, como decía el propio Santiago Rusiñol. Así eran él con 28 años y Ramon Casas, con 23, en el verano de 1889, cuando decidieron escaparse a “conocer el país” en un singular viaje artístico-literario por la Catalunya Vella recurriendo a la mejor forma, a su entender, de hacerlo: un carro tirado por un caballo -un viejo rocín llamado Maxs-, donde cabían “los dos y el mozo con comodidad” y en cuyo interior dormían -“mecidos por su dulce (para nosotros) traqueteo”-, huyendo de la tiranía de la modernidad de los trenes “de temperamento campechano” de la época. Y partieron de Manlleu (de donde era la familia de Rusiñol) en un primer periplo iniciático de tres semanas en el que no faltaron las anécdotas. 

“¡Fuego!!! ¡Fuego!!! Este grito desgarrador, que lanzó Casas, acompañado de un fuerte empujón en mis espaldas, me despertó súbitamente, allá en el fondo del carro –escribía Rusiñol en una de las impagables crónicas de campaña que publicó en la prensa, con los dibujos de su amigo ilustrándolas-. ¡Válgame Dios y los doce apóstoles! Teníamos fuego a bordo!”. Cierto, una columna de humo se levantaba de sus pies. Se habían dormido con el cigarro encendido. Pero salvaron la “calamidad” con “sangre fría” y apagaron el fuego a “garrotazos” y tirando “puñados de tierra”. “Entre el caballo y nosotros dominamos lo que había que dominar. Hay que decir en honor a la verdad más estricta, que el caballo se portó con una prudencia exquisita. Estoy por decir, y lo digo, que tal vez se asustó mucho menos que nosotros”, estuvo “a la altura de su cargo”. Luego, continúa el pintor, escritor y dramaturgo, se repusieron del susto “con un poco de aguardiente”, y siguieron dirección a Girona.  

De estos viajes, y de las obras que les inspiraron, dan testimonio las casi 40 piezas -óleos, dibujos, fotos, documentación y reproducciones- de la exposición ‘Rusiñol i Casas, per Catalunya en carro (1889-1892)’, que hasta el 14 de enero ofrece el Museu de la Vida Rural Museu de la Vida Rural(de la Fundació Carulla), de L'Espluga del Francolí. “Para ellos viajar en carro era hacerlo sin prisas, ir poco a poco, con el horario del sol y la luz natural, poder parar donde y cuando querían”, comenta Vinyet Panyella, comisaria de la muestra, la última del Any Casas. Ese ritmo permitía a ambos iconos del modernismo “ver desfilar todo un mundo de paisajes y recibir emociones estéticas muy difíciles de olvidar”, escribe Rusiñol, y trasladarlas al arte en “un correlato a cuatro manos y de doble oficio”, apunta Panyella: Rusiñol, en los artículos para ‘La Vanguardia’; Casas, en los dibujos que los acompañaban, y los dos, en la pintura. 

“Casas hoy sería un 'instagramer'. Sus dibujos son casi apuntes al vuelo, instantáneas hechas en tiempo real mientras viajan”

Vinyet Panyella

— Comisaria de la exposición

En ese viaje, confesaba Rusiñol, “se apoderó de nosotros (...) aquel hambre del espíritu del paisajista”. Él ya era famoso como tal (luce en la muestra una obra premonitoria, de 1887, procedente del MNAC, donde un carro cruza un puente cerca de Manlleu). “Pero Casas era urbanita, conocido por sus fantásticos retratos, corridas de toros y escenas de ciudad, y aquí aparece su incursión más importante en el paisaje, con dibujos que son casi apuntes al vuelo, como instantáneas, que hace en tiempo real mientras viajan. Hoy Casas sería un ‘instagramer’”, añade la comisaria ante algunos ejemplos donde este trazó al caballo Maxs y de óleos de pequeño formato (idóneos para llevar en el carro) como ‘Mainada de pagès’, en los que incluía presencia humana. En cambio, las pinturas de Rusiñol enfocan solo paisaje, de “una ruralidad que se acaba”, apunta la comisaria, que ha contado también con piezas del Museu del Cau Ferrat de Sitges, del de la Garrotxa (Olot), del Víctor Balaguer de Vilanova o del de Montserrat. 

El periplo en carro les llevó a una veintena de pueblos, entre ellos, Arbúcies, Borredà, Hostalric, Ripoll, Seva, Sant Hilari Sacalm y Vic. Inmortalizado deja Casas al caballo Maxs, que según Panyella pudo ser el triste protagonista de un relato antitaurino posterior de Rusiñol, quien habla de él también en sus crónicas: “no es ya ningún niño”, “el pobre ha pasado sus achaques” y “los sinsabores de su larga vida de acarreos, insomnios y desengaños le han impreso en su semblante un aire melancólico y un desprecio tal de la vida que se tiraría al primer barranco si no le detuviéramos sus instintos suicidas”. Del carretero, de apellido Serra, nada dicen, aunque sí queda su imagen reflejada junto a la de los dos artistas en una memorable foto de la exposición.    

Saltimbanquis y gente deforme

Las huellas de aquellos viajes las imprimiría Rusiñol en años posteriores en las prosas de ‘Anant pel món’ (1895); en ‘Mis hierros viejos’ (1900), sobre cómo coleccionaba objetos de hierro forjado yendo por las masías; o en el poema en prosa ‘Els caminants de la terra’ (1897) y el drama lírico ‘L’alegria que passa’ (1898), con música de Enric Morera y un cartel con un ‘clown’ en un paisaje similar al del óleo premonitorio de 1887. En estas dos últimas obras reflejó sobre todo los encuentros con saltimbanquis, acróbatas y gente deforme y miserable del circo que recorrían en verano los pueblos de Catalunya y en los que veían un cierto paralelismo con su condición de “artistas errantes”: ambos tenían delante “la carretera blanca por camino”, buscando algo más allá de la vida cotidiana.  

La estampida de ocho mulas

Tras el verano vivieron otra aventura, más breve y “tragicómica”, en bicicleta de Vic a Barcelona. Rusiñol la relata con humor y de ella Casas pintó, en la tapa de una caja de madera de higos de Fraga, ‘Carro con ocho mulas de tiro’. Pedaleaban ellos a toda velocidad cuando toparon con un carro similar y las bestias se encabritaron, provocando el enojo del carretero y huyendo ellos del lugar. En 1890 iniciarían su estancia de dos años en París, en el Moulin de la Galette, donde fueron abandonando el verde del paisajismo rural por el gris de una ciudad más “sórdida y triste” que la de los impresionistas, pero que enamoró y acogió a aquellos artistas emergentes, igual que a Picasso o Casagemas, que vieron en ella “la auténtica capital del arte”. De allí, Casas y Rusiñol hicieron diversas escapadas a Catalunya, como la de 1892, cuando repitieron el viaje en carro, esta vez de Manlleu a Sant Feliu de Guíxols, pero de nuevo al ritmo del trote de Maxs