Eterna

Eterna_MEDIA_2

Eterna_MEDIA_2

QUIM CASAS / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Lauren Bacall no fue exactamente un descubrimiento de Howard Hawks, el cineasta que la dirigió en dos de sus cuatro películas con Humphrey Bogart, Tener y no tener (1944), cuyo rodaje significó el inicio del idilio de la joven actriz con el maduro actor -flirteo muy bien explotado por Hawks, incorporando ese proceso de mutua seducción a la ficción de los personajes y el devenir del relato-, y El sueño eterno (1946), consagración de Bacall en uno de los géneros que mejor se adecuaría a su estitilo, el cine negro.

En realidad, la actriz fallecida el martes en su domicilio neoyorquino, a causa de un derrame cerebral, a los 89 años de edad, fue descubierta por la segunda esposa de Hawks, Nancy Gross, al verla en la portada del número de marzo de 1943 de Harper's Bazaar. Hawks se convirtió en su pigmalión particular. Bacall lo corroboró en su biografía, Por mí misma: «Howard siempre había querido encontrar una chica desconocida, hacer de ella su actriz soñada y convertirla en una estrella». En homenaje a su esposa, a la que llamaba Slim (flaca), Hawks le puso el mismo apodo al personaje que Bacall incorpora en Tener y no tener.

Fue sin duda alguna un debut crucial. Hawks le sugirió su nombre artístico (Bacall se llamaba en realidad Betty Joan Weinstein Perske), modeló su imagen (aquí aún es una mezcla de provocación y candidez; después sería pura turbación) y le enseño a cantar.

RELATOS POLICÍACOS / Además de los cuatro filmes con Bogart, Tener y no tenerEl sueño eternoLa senda tenebrosa (1947) y Cayo largo (1948) -magnífica tetralogía del cine negro de la Warner Bros-, Bacall destacó en otros relatos policíacos como Harper, investigador privado (1966), excelente adaptación de una novela de Ross MacDonald que significó el puente entre la tradición del film noir clásico y el thriller cool de los 60 representado por Paul Newman (protagonista de este filme), Steve McQueen o Frank Sinatra. ¿Qué mejor presencia que la de Bacall para unir lo viejo y lo nuevo en cuanto al cine negro se refería?

Bacall era esbelta, rubia, provocadora y con una pizca de ironía, capaz de explotar una notable ambigüedad que la alejó tanto de la femme fatale característica del género como de los personajes previsibles, ubicada más o menos en el ala progresista de Hollywood -protagonizó junto a Bogart, John Huston y otros cineastas una marcha contra el comité de actividades antiamericanas en plena caza de brujas-, y de carrera espaciada pero sólida.

La actriz demostró pronto que sabía desenvolverse fuera del ámbito del cine negro y de la influencia bogartiana. Tres son sus películas más destacadas en otros géneros. En la efusiva Cómo casarse con un millonario (1953) se manejó bien junto a Marilyn Monroe y Betty Grable en la tarea de cazar a un hombre rico, mientras que en Mi desconfiada esposa (1957), a las órdenes de Vincente Minnelli, mostró su ductilidad para la comedia romántica en el papel de una diseñadora de moda. En el registro opuesto, y a las órdenes de uno de los maestros del melodrama, Douglas Sirk, Lauren Bacall logró una de sus mejores composiciones en Escrito sobre el viento (1956), en el papel de la esposa de un magnate del petróleo alcoholizado.

En la década de los 60 empezó a intervenir en series televisivas. Tras Harper, investigador privado se apartó del cine, al que no volvió hasta ocho años después con un papel en el filme plagado de estrellas Asesinato en el Orient Express (1974). Siguió trabajando en televisión y teatro, con esporádicas apariciones cinematográficas: El último pistolero (1976), Mr. North (1988) o Misery (1990). Alejada siempre de los focos, acabó convirtiéndose en musa tardía de autores de prestigio. Robert Altman, que ya la había dirigido en Health (1980), la incorporó al vaporoso reparto de Prêt-à-porter (1994). Lars von Trier requirió sus servicios en las dos partes de su incompleta trilogía americana, Dogville (2003) y Manderlay (2005). Jonathan Glazer, uno de los directores surgidos del renovado campo del videoclip, también contó con ella para Reencarnación (2004), mientras que Paul Schrader, gran admirador del cine negro que Bacall continúa representando, le dio un papel en la sórdida The walker (2007).

En 2010 se le otorgó el habitual Oscar honorífico. Tan solo fue nominada en una ocasión, como mejor actriz de reparto por El amor tiene dos caras (1996), de Barbra Streisand. La estatuilla se la llevó Juliette Binoche por El paciente inglés. Aún se recuerda la cara de Bacall, presente en la gala, cuando se oyó el nombre de la ganadora. Su expresión podría haberse traducido en palabras: «¿Por qué me habéis nominado por primera vez en 50 años y resulta que no me dais el premio?».