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Ghibli, el final de un sueño

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QUIM CASAS / BARCELONA

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Hay un antes y un después en la cotización crítica y comercial en Occidente del cine de animación japonés. Todo cambia cuando 'El viaje de Chihiro' gana en el 2002 el Oso de Oro en el Festival de Berlín y el Oscar a la mejor película de animación. Un director, Hayao Miyazaki, y un estudio de producción, Ghibli, quedan canonizados y mucha gente ya no ve el cine animado japonés (o 'anime') como una anomalía, sino como una seria competencia al institucionalizado cine de dibujos animados de Estados Unidos.

'El viaje de Chihiro', historia de una niña que pasa del mundo real a uno fantástico donde no tienen cabida los seres humanos, era el noveno largometraje de Miyazaki, que ya había sorprendido a los aficionados al género, y a algún neófito curioso, con algunos de sus anteriores y espléndidos filmes, como 'Mi vecino Totoro' (1988), 'Porco rosso' (1992) o 'La princesa Monokone' (1997). Pero fueron las peripecias de Chihiro, y los importantes premios obtenidos por la película, los que confirmaron ese cambio de valores en cuanto al cine de animación japonés se refiere. Ya no todo eran 'shonen' (mangas y series de animación dirigidas al público adolescente), como los famosos Oliver y Benji, ni 'kodomo' (lo mismo pero destinado al espectador infantil), caso de la celebrada serie de televisión 'Heidi', en la que participó Miyazaki como animador.

EL DISNEY DEL SOL NACIENTE

Detrás de 'El viaje de Chihiro' había una estudiada concepción gráfica y miniciosa logística de producción. El estudio Ghibli, el Disney del sol naciente, había sido creado en junio de 1985 por el propio Miyazaki, Isao Takahata y Toshio Suzuki. Durante todos estos años, al menos desde el punto de vista occidental, Miyazaki ha sido la gran estrella; en el 2014 se le concedió el Oscar honorífico. Takahata fue pieza clave en la evolución de las teleseries de animación de los años 70 con sus trabajos en 'Heidi', 'Marco' y 'Ana de las tejas verdes'.

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Quizá por esa aparente infantilización se han minimizados los esfuerzos de Takahata en el género, pero poco a poco ha obtenido el mismo rango que Miyazaki y ya hay quien discute la hegemonía de uno sobre otro. En todo caso, de estilos de animación bien distintos, ambos crearon en armonía un estudio revolucionario.

El nombre de Ghibli procede del apodo que los italianos dieron a sus aviones en la segunda guerra mundial, durante la campaña del desierto. No puede ser producto de la casualidad que Miyazaki haya cerrado su obra como director con 'El viento se levanta' (2013), un filme inspirado en el ingeniero aeronáutico italiano Giovanni Caproni.

CONTRASTE Y ARMONÍA

Miyazaki tiene hoy 75 años y Takahata, 80. Los dos han confeccionado hermosas películas con ideas algo ingenuas sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, la convivencia, las estructuras familiares o el pacifismo. La barroca puesta en escena del primero en 'El castillo ambulante' (2004), por ejemplo (un filme que no tiene nada que envidiar al 'Up' de Pixar), contrasta con las líneas sencillas, armoniosas y delicadas empleadas por Takahata en sus títulos mayores: 'La tumba de las luciérnagas' (1988), 'Mis vecinos los Yamahada' (1999) y 'El cuento de la princesa Kaguya' (2013). Esta última y 'El recuerdo de Marnie' (2014), de Hiromasa Yonebayashi, llegan ahora a España.

No solo en Occidente han creado estilo. 'La princesa Mononoke' fue la primera producción animada en ganar el premio a la mejor película del año en Japón. Hoy, tras una veinta de largometrajes (entre los que se encuentra 'La colina de las amapolas' (2011), el debut del hijo de Mizayaki, Goro), el futuro de Ghibli es incierto. Tras la retirada de Miyazaki, se anunció que el estudio no iba a producir más películas. Queda el museo dedicado a la compañía, abierto en las afueras de Tokio, un lugar de peregrinación obligada para todo aficionado a la animación. Y un legado imperecedero.