memorias de la guerra fría

La espía que no quiso matar a Fidel

Fantaseó con la idea de ser la mujer de Castro, pero acabó de amante de un dictador venezolano. Pasó por un campo de concentración y fue testigo de una supuesta conspiración para matar a Kennedy. La vida de la espía Marita Lorenz es una fascinante ventana a algunos de los grandes acontecimientos del siglo XX.

amor que perdura Marita Lorenz, en casa de su hermana en Baltimore (derecha), al lado de una foto junto a Fidel Castro. Arriba, con el líder cubano, a bordo del MS Berlin North German Lloyd, en 1959.

amor que perdura Marita Lorenz, en casa de su hermana en Baltimore (derecha), al lado de una foto junto a Fidel Castro. Arriba, con el líder cubano, a bordo del MS Berlin North German Lloyd, en 1959.

POR ricardo mir de francia

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La vida de Marita Lorenz dio un vuelco sin retorno una tarde de febrero de 1959. El crucero que capitaneaba su padre había atracado en el puerto de La Habana, cuando un par de lanchas cargadas de soldados se acercaron a reconocer el barco. «Soy el doctor Castro, Fidel. Soy Cuba. Vengo a visitar su gran barco», le dijo uno de ellos. Un rato después, aquella hermosa alemana de 19 años se había enamorado perdidamente. Lo que no sospechaba entonces es que acabaría teniendo un hijo con Castro o que la CIA la enviaría a matarlo con un par de píldoras que debía colocarle en la bebida.

Lorenz pasó ocho meses en La Habana, alojada en la suite 2.408 del Hotel Habana Libre, pero fueron los más dulces de su vida. «Yo era una adolescente, pero aún le quiero. Nunca olvidaré aquella habitación con el bazuka debajo de la cama y los vítores de 'Fidel, Fidel' que llegaban de la calle», cuenta ahora a su 75 años desde casa de su hermana en Baltimore, donde sobrevive con las ayudas del Gobierno.  Tiene un retrato de Castro con uniforme. Una foto de los dos en La Habana. Una carta de agradecimiento del FBI. O una portada de Time dedicada Marcos Pérez Jiménez, el dictador venezolano con el que tuvo un hijo.

Embarazo en Cuba

Lorenz sostiene que en La Habana quedó embarazada de Fidel, pero poco antes de salir de cuentas la drogaron y le provocaron lo que pensó que había sido un aborto. Aún hoy no sabe quién lo hizo. Si fueron los cubanos o la CIA. Lo cierto es que tras volver a EEUU para recuperarse fue cayendo en los brazos del espionaje, el FBI y el exilio anticastrista. «Durante la convalecencia me atiborraron a vitaminas, me mantuvieron aislada y me lavaron el cerebro», aduce para explicar su cambio de bando.

Fue así como Frank Sturgis -arrestado años más tarde por participar en el Watergate- la habría reclutado para ser parte de la operación 40, una trama gubernamental que aspiraba a derrocar al nuevo régimen en la isla. Su misión consistía en regresar a Cuba y envenenar a su amante. Lo hizo en 1961 pero antes de que Fidel entrara en la habitación se dio cuenta de que las pastillas se habían casi deshecho en el bote de crema donde estaban escondidas y las tiró al bidé.

«Me quedé aterrorizada y a la vez feliz porque no quería matarlo. Aunque estaba atrapada por los americanos, lo amaba». Fidel sabía por qué había vuelto su Alemanita, como la llamaba, y le dio su revolver para que lo matara. «Nadie puede matarme. Nadie», clamó desafiante. Aquel día le dijo también que el hijo de ambos había nacido bien y se llamaba Andrés. Lorenz solo lo pudo ver una vez 22 años después, la única ocasión en que volvió a Cuba.

Todo esto lo cuenta en las memorias Yo fui la espía que amo al comandante (Península), escrito con la colaboración de la corresponsal de este diario, Idoya Noain. El libro tiene tanto de thriller de espionaje como de dietario íntimo. «En la cama Fidel siempre estaba cansado pero era cariñoso como un oso de peluche», dice ahora. Al comandante no le sentó nada bien que acabara emparejada con el general ultraderechista Pérez Jiménez, al que Franco acabó dando asilo en España.

Una vez, borracho y encamado con ella, Jiménez le pidió que llamara a Castro. «¿Cómo puedes estar con ese hijo de puta enano, gordo y calvo?», le contestó el cubano según Lorenz, que mantiene una memoria prodigiosa. «Marcos hizo causa por los ricos y Fidel por los pobres, pero los dos creían ser Dios».

Hija de un bailarina estadounidense y un oficial de la Marina alemana, Lorenz nació en la Alemania nazi días antes de la invasión de Polonia. Siendo una niña estuvo internada en el campo de concentración de Bergen-Belsen, en los mismos barracones que Ana Frank. Y a los 7 años, la violó un sargento estadounidense mientras jugaba con su hija en el sótano. Habría querido ser marinera como su padre, pero acabó trabajando en la sombra para «la CIA, el FBI, la DEA y los US Marshals» y codeándose con mafiosos en la escena disco de los 70 en Nueva York.

«Testigo no creíble»

Llegó incluso a declarar en 1978 ante la Comisión Especial de la Cámara de Representantes que investigó el asesinato de Kennedy. Lorenz sostiene que días antes del magnicidio viajó con Sturgis, Lee Harvey Oswald (el asesino de JFK) y otros hombres hasta Dallas transportando armas. «Declaré que la CIA, a través de Sturgis, estaba involucrada en el asesinato». Pero el comité la declaró «testigo no creíble».

Lorenz lleva algunos años retirada de los mundos opacos. Ya no lleva pistola, como hizo durante 40 años, y al mirar atrás le queda un gusto agridulce. «Me habría gustado llevar una vida más normal, pero cuando quise salir del espionaje no pude. Es un mundo de silencio, sucio y sin ley. Muchos de mis amigos están muertos. Estoy sola».