Ideas

El espectro de Gazdánov

RICARD RUIZ GARZÓN

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Un hombre mata a otro en la guerra. Muchos años después, lee casualmente en un libro ajeno la crónica de ese asesinato, con todos sus detalles, hasta el más insignificante, pero desde el punto de vista... ¡de la víctima! ¿Qué ha ocurrido? Sobre tan fascinante premisa, después ampliada mediante amores, azares y batallas -además de una prosa envolvente y una intensa reflexión sobre la identidad, el peso del ayer y las formas de intentar superar la muerte- se erige el que en las últimas semanas se ha convertido en libro de culto, un secreto a voces cuyo boca oreja, bien merecido, resarce una antigua injusticia. Se trata de El espectro de Aleksandr Wolf, de Gaito Gazdánov (Acantilado).

Considerado a veces «el más francés de los escritores rusos» y comparado con Camus por sus novelas negras existencialistas, Gazdánov (1903-1971) fue un exiliado que vivió 24 años ejerciendo en París de taxista, y que solo en las dos últimas décadas se ha visto realmente rescatado, primero en Rusia por su biógrafo Laszlo Dienes y después en Francia, Alemania, Inglaterra y, ahora, España. Que las apenas 150 páginas de El espectro de Aleksadr Wolf, ejemplarmente traducido por una María García Barris que mejora así la edición de 1955 en Caralt (y que se suma a la argentina de 2014 en La Bestia Equilátera), permita popularizar por fin a Gazdánov es una excelente noticia, aunque ha habido otros intentos: en 2010, por ejemplo, la más que recomendable editorial Sajalín publicó de forma pionera Caminos nocturnos, donde el autor recuperaba sus horas en taxi para trazar un crudo retrato de diversos submundos. Y un año más tarde, sus traductores, creadores de Nevsky Prospects, publicaron en esta editorial Una noche con Claire, la opera prima que unió a Gazdánov y Nabokov como promesas. Son títulos necesarios, a los que es de esperar que pronto se sume El retorno del Buda.

Si con todo ello más gente lee al Gazdánov que la política apartó de su destino, empezará a haber por fin otra vocación redimida, aunque sea solo en espíritu, en la auténtica república de las letras.