CITA CON LA HISTORIETA

Liza Donnelly, fogonazos de realidad

La veterana humorista gráfica de 'The New Yorker' reflexiona en el Salón sobre el papel de la viñeta cómica en días de Trump

Liza Donnelly, en el Salón del Cómic.

Liza Donnelly, en el Salón del Cómic. / periodico

JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Como tantos historietistas, Liza Donnelly (Washington DC, EEUU, 1955) empezó a dibujar para trascender su timidez y gustar a los demás, hacerles reír. A principios de los 80, sus dibujos gustaban tanto en 'The New Yorker' que la hicieron fija. Esta ha sido su casa principal durante 35 años, una plataforma de lujo para sus reflexiones gráficas en clave de humor sobre la cultura y el modo de vida de Estados Unidos.

Su debut en la mítica revista fue una historieta sobre los curiosos juicios morales sobre nosotros mismos que podemos hacernos en los momentos más insospechados: un hombre camina por la calle, ve un perro atado a un parquímetro, se dice "quizá no acaricio suficiente a los perros", se gira, lo acaricia, y sigue caminando.

Ya en los 80 empezó a hacer más viñetas únicas con pie, el formato del que es maestra. Aunque parezca mentira, hacer una sola viñeta lleva tanto o más trabajo como hacer varias. "A veces puede llegar un fogonazo de inspiración, pero por regla general es el resultado del trabajo duro. No se pueden ver las costuras. Es un baile de la imagen con las palabras… Elegir las palabras correctas es también esencial". Donnelly ha definido al humorista gráfico como "un guionista, un escenógrafo, un director de casting y un coreógrafo, todo al mismo tiempo".

FEMINISMO ILUSTRADO

Sus creaciones suelen ser 'tranches de vie', fragmentos en la vida de habitualmente varios personajes. Durante los 90, y animada por la editora Tina Brown, insistió en hacer interactuar a mujeres. "Mi voz feminista empezó a emerger. Siempre había sido feminista, pero quizá no lo había mostrado lo suficiente en mis dibujos", afirma Donnelly, cuya extensa bibliografía incluye 'Funny ladies', una antología del mejor humor gráfico creado por artistas femeninas para 'The New Yorker'.

Los porcentajes de artistas masculinos y femeninos en la revista han variado según la época, en relación al género del editor en cada momento ("por algún motivo, los hombres no ven a las mujeres como humoristas gráficas") y la intensidad del oleaje feminista. En este momento hay ocho dibujando para la revista, contra unos treinta hombres.

RISA CONTRA TERROR

Una de las viñetas clásicas de Donnelly es la que publicó un mes después del 11-S, en la que una niña preguntaba a su padre, en el salón de casa y frente al telediario: "¿Papá, puedo dejar de preocuparme ya?". La tristeza y el shock y el impulso de vivir resumidos en una instantánea de trazo engañosamente simple.

Después del ataque a las Torres Gemelas, decidió poner más empeño en el ángulo político y abordar algo menos el costumbrismo nacional para explorar el ámbito global. "De hecho, esa viñeta del 11-S acabó, con el tiempo, convertida en una historia global", dice con clara pesadumbre.

Hacer humor político en el 2016 equivalía a hacer sorna de Trump, caricatura de la caricatura. Ella se considera tan culpable como muchos periodistas y humoristas de haber minimizado el alcance de la amenaza a base de chistes: "Era un personaje delirante. Era perfecto para conseguir clics. Después fue demasiado tarde".

¿Cómo se lidia ahora con las consecuencias, si no también con algo de humor? "Trump ya no actúa como lo hizo en campaña. Es un poco más mesurado. Día a día debato conmigo misma sobre cómo debería acercarme al personaje, y creo que es mejor dejar de lado al hombre para centrarse en sus políticas. También hay que tener cuidado con atacar a la ligera. Siento respeto por muchos votantes que realmente creían en él, mucha gente no necesariamente racista que confiaba en que trajera cambios… Es complicado".