UNA INVESTIGACIÓN FAMILIAR

«Emigrar es renacer»

Vicenç Villatoro recupera en 'Un home que se'n va' el recuerdo de su abuelo Vicente, republicano cordobés condenado a muerte tras la guerra civil, que llegó a Terrassa con 60 años

Un proyecto de siete años 8 Vicenç Villatoro se propuso reconstruir la vida de su abuelo Vicente Villatoro en el 2007.

Un proyecto de siete años 8 Vicenç Villatoro se propuso reconstruir la vida de su abuelo Vicente Villatoro en el 2007.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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En el año 2007, en un momento de crisis personal, Vicenç Villatoro (Terrassa, 1957) decidió mirar a sus raíces andaluzas. Se propuso reconstruir la vida de su abuelo paterno, Vicente Villatoro, miembro del comité revolucionario de Castro del Río, una plaza fuerte anarquista en la campiña cordobesa, y hacer de esta investigación «un proyecto literario». Siete años después publica Un home que se'n va (Proa), probablemente el libro más sentido y lleno de vida de su carrera literaria, sin interponer esta vez la ficción como filtro del sentimiento.

La investigación de Villatoro (echando mano de los recuerdos, propios y ajenos, de expedientes penitenciarios y sumarios de consejos de guerra) empieza con una pregunta -por qué su abuelo dejó Andalucía a los 60 años- que contiene otra más general. «¿Por qué se va la gente?»

«El proyecto empieza hace siete años. No tiene nada que ver con el proceso, lo hago por razones individuales, no quiere explicar ni cómo hay andaluces que se han integrado y ahora son independentistas ni tampoco por qué en otros casos sucede todo lo contrario», explica Villatoro. Pero tampoco, confiesa, le parece mal la coincidencia «si sirve para explicar que la Catalunya de hoy no se explica sin esto, y que la inmigración no es una experiencia unívoca».

El relato del trasplante del linaje Villatoro a Terrassa puede servir como explicación para quienes no entienden el compromiso de tantos inmigrantes con el lugar donde arraigaron. «La economía, la búsqueda de un trabajo, solo son parte de la explicación de por qué la gente se va. Los efectos de la guerra, los estigmas que se arrastran, también lo explica. Hay gente que viene con ganas de que esto le guste. Emigrar también tiene un componente de sueño, de huir de la asfixia y respirar, de encontrar el anonimato, de comenzar una vida nueva, es renacer, rebelarse contra el propio destino».

Pero al mismo tiempo, advierte Villatoro, hay que ir con cuidado con cualquier interpretación «maniquea» del fenómeno de la inmigración: «Me siento totalmente de aquí, sin ninguna duda sobre la pertenencia, pero me siento también emocionalmente ligado a Castro del Río. Cuando voy allí no me es un paisaje externo, sino entrañable. Hay una gran cantidad de lazos invisibles y complejos, de gente que va y que viene, entre los lugares de destino y origen de la emigración». Hasta el punto de que, cuando camina por  Castro saludando a amigos y conocidos, su padre ha acabado diciéndole que parece más de allí que él.

Condenado a muerte

Vicente Villatoro, de familia de sastres y comerciantes de tejidos, probablemente masones, nieto, hijo y sobrino de concejales republicanos, fugaz concejal durante 15 días, acaba representando a los republicanos en el Comité Revolucionario de Castro. «Cuando acaba la guerra, quizá porque se cree aquello de que los que no tenían las manos manchadas de sangre no tenían nada que temer, y porque en Andalucía no tenían la frontera de Francia al lado, vuelve al pueblo», explica su nieto. En cuanto baja del autobús lo detienen. Lo condenan a muerte y aunque le conmutan la pena 67 días más tarde, está en el pabellón de condenados a muerte de Burgos dos años sin que se lo comuniquen oficialmente. «De 1944 a 1949 está en Castro, en libertad condicional, intentando rehacer su vida sin conseguirlo. En 1950, en cuanto queda limpio, se va a Terrassa, donde se había instalado poco antes su hijo», prosigue Villatoro.

De esa peripecia (y de su participación en la incautación de la caja fuerte del banco local) poco sabía su nieto hasta que la ha investigado. Lo que pasó en Castro durante y después de la guerra no fue una tontería. Entre 200 y 250 víctimas de la revolución, y otras tantas de la represión de la posguerra, en un pueblo de 15.000 habitantes. «Un mundo que se había roto», resume Villatoro. «Mi abuelo -añade- fue alguien atropellado por la historia, pero acabo descubriendo que fue algo más que alguien que estaba parado en medio de la carretera.».

El epílogo del libro es la memoria familiar de los Villatoro en Terrassa. También de los padres del escritor, el hijo del cordobés de Unión Republicana y la hija de un preso político de Esquerra Republicana. La integración modélica. Pero cuando inició su investigaciónVillatoro (poco antes había dejado la dirección de la CCRTV, igual que recientemente dimitió en el Institut Ramon Llull), se sentía herido por la sensación de que «entre los de arriba y los de abajo, los del medio no acabamos de encontrar nuestro lugar. Ni somos aceptados por unos ni aceptados por los otros». Una desubicación que aún se mantiene. «Hay gente que me dice que nunca hubiesen pensado que era nieto de andaluces, quizá porque consideran que mi currículo no corresponde con ello. ¡Pero por favor, si me llamo Villatoro, no Bouvila!».