Una gran voz mexicana merecedora del Premio Cervantes

Elena Poniatowska: "Salvaría de la quema los libros que aún no he escrito"

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

ELENA HEVIA
BARCELONA

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La voz que surge del otro lado del teléfono es risueña y como de niña, acorde con la pequeña figura de Elena Poniatowska (París, 1932). Pero no hay que dejarse engañar. Bajo esa felicidad se esconde, dura como el pedernal, una voluntad que ha llevado a esta mujer de 81 años, descendiente de un príncipe polaco que acompañó a Napoleón en sus campañas, a darle la voz a los desposeídos en reportajes y novelas. Medio México, el México comprometido, el que lucha por las injusticias, se puso de fiesta cuando le dieron el Cervantes, que recogerá el próximo 23 de abril.

-Imagino que le gusta más entrevistar que ser entrevistada.

-Pues sí. Tengo más preguntas que respuestas. Y además he de confesar que soy muy bocona, como decimos en México, muy mala para guardar secretos.

-¿Qué consejo daría a un joven periodista?

-Que lo más importante es observar, escuchar con mucho interés y registrar lo que se ha visto. Que no se pierdan los matices, los colores y la forma de hablar de la gente.

-De usted decían que se hacía la tonta. Que utilizaba la ingenuidad para obtener la sinceridad.

 

-Pero no me hacía la tonta, nada de eso. Sencillamente lo era, muy tonta. No hay truco en ello. Yo me inicié muy joven. Me animaba el ansia por conocerlo todo porque yo no sabía nada.

-Usted llegó a México a los 10 años. ¿Qué encontró?

-Un país lleno de intensidades y olores maravillosos. Muy alejado del París de mi infancia, cuando Debussy y Mallarmé visitaban a mi abuelo. Más tarde pasé la secundaria en Estados Unidos enclaustrada en un colegio de monjas, donde me enseñaron cosas que no servían para la vida. De ahí salí con tanta ignorancia que era capaz de preguntar a un político, sin avergonzarme, cuánto dinero ganaba.

-Y ese pasó a ser su estilo. 

-Sí, los lectores esperaban mis entrevistas diciendo, a ver qué barbaridad va a preguntar esta mujer.

-¿Usted quería ser periodista? 

-No, yo quería ser médico, pero era muy difícil revalidar mis estudios de Estados Unidos. Lo del periodismo fue de chiripa, sin pensármelo demasiado. De un día para el otro.

-México también le dio una nueva lengua que acabaría siendo la suya.

 

-Yo empecé cometiendo muchísimos errores. Pero me fascinaba este idioma español tan rico, especialmente el habla de la calle. Cuando yo era niña todavía se decía bellaco y hurgamandera, que es un forma antigua y maravillosa de decir prostituta. Eso es algo que quise trasladar a mi novela Hasta no verte Jesús mío.

-¿La gente humilde siempre dice la verdad?

-La gente humilde dice, como dirían mis nietos, la neta. Te dicen lo que sí es.

-¿De ahí la fascinación de la princesa por la gente del pueblo?

-A mí nadie me ha dado tanto como Jesusa Palancares, la protagonista de Hasta no verte Jesús mío, que me ofreció el surrealismo, lo inesperado, lo que nunca había oído hasta el momento.

-¿Qué hay de polaca en usted?

 

-Tengo la locura de los polacos que en las guerras se aventaban con sus caballos contra los tanques. Esa actitud hacia la vida un poco suicida. También el amor a la música unido a la sentimentalidad. Mi papá tocaba el piano, Chopin, y lloraba. Esas cosas...

-No es poco.

-Mi familia fue expulsada de Polonia en el siglo XVIII. Ahora estoy tratando de escribir sobre mi antepasado Estanislao Poniatowski y descubrí que me cae muy bien. Embelleció Varsovia y trajo a su corte a muchos pintores italianos como Guardi o Canaletto. Además le gustaban mucho los bailes y las recepciones. A mí no me gustan tanto.

-No le gustarán ahora. Pero acudió a muchos en su juventud. 

-Pero nunca fui una fanática desenfrenada del baile. Prefería la plática de después, que si aquel muchacho era guapo, que a quién había sacado a bailar. A mí siempre me ha gustado la pequeña historia.

-Tenía fama de mujer guapa.

 

-Mi madre sí que lo era. Trabajó como modelo para Schiaparelli y aparecía en el Vogue. De pequeña me gustaba ponerme los vestidos que le prestaban las casas de alta costura y llenar de barro por el jardín sus carisísimos zapatos de tacón.

-Álvaro Mutis dijo de usted que con cinco centímetros de más los ángeles bajarían a visitarla. 

-Es que soy muy chaparrita. Del tamaño de un perro sentado. Yo a Mutis le quise mucho...

-«Todas las mujeres querían hacer mutis con Mutis», lo dijo usted.

 

-Ja, ja. Es verdad. Era un conquistador a morir. Hizo sufrir a bastantes mujeres.

-¿Y a usted, no intentó enamorarla?

 

-No, nunca. Se dijo mucho eso pero no es cierto, nuestra relación fue de amistad. Yo hablaba con él muy a menudo cuando estuvo en la cárcel de Lecumberri, pero en realidad yo iba a ver a los presos políticos.

-Creo que usted no sabía apenas quién era Diego Rivera cuando le hizo una de sus primeras entrevistas.

 

-Mi familia se ofendió muchísimo porque había pintado desnuda a mi tía, la poeta Pita Amor, y entonces lo culparon solo a él. ¡Como si ella no se hubiera desvestido!

-¿Cómo era él? Usted lo pinta como un monstruo en Querido Diego, te abraza Quiela.

-Era altísimo, lo que siendo mexicano es raro. Tenía una panzota terrible que cada año crecía más y más. Pero era una buena persona, sobre todo con los periodistas, con los que era paciente y generoso.

-Es sorprendente cómo con ese aspecto podía ser tan seductor. 

-En la lista de sus amores estaban María Félix, Dolores del Río, Paulette Goddard, Silvia Pinal. Todas mujeres extraordinarias...

-¿Por qué México ha dado mujeres de tanto carácter y tan sufridoras?

-El caso más extremo es Frida Kahlo,  que se ha convertido poco menos que en la Virgen de Guadalupe. Creo que en México desgraciadamente hay una aceptación del maltrato como destino: ese es el hombre que me ha tocado y con él tengo que vivir.

-¿Siente usted que se ha ganado el respeto de los mexicanos?

 

-Una larga vida como entrevistadora ha hecho que rindiera homenaje a todos los grandes de México. Hice un libro sobre Octavio Paz, entrevisté a Carlos Fuentes... Yo creo que lo hice por afán de que me quisieran.

-Eso lo dice García Márquez.

 

-Somos muchos los que perseguimos eso. Creo que sí, que después de cientos de entrevistas he logrado, que la gente se me acerque con mucho cariño.

-Usted siempre fue una mujer muy comprometida, pero en los últimos años ese compromiso político se ha intensificado.

-Sí claro, me llamó Andrés Manuel López Obrador. Vino aquí a mi casa, yo creo que por el libro de La noche de Tatleloloco, donde relaté la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, para pedirme que colaborara con él. De eso hace ya 12 años.

-¿Sería La noche de Tatlelolco el libro que salvaría de la quema? Es fundamental para ahondar en la historia de su país.

-Ay, ojalá que eso sea así, pero yo salvaría otros. Salvaría los últimos, Carrington o El Universo o nada, que acabo de escribir. Pero por encima de todo salvaría los libros que aún voy a hacer.

-En los últimos tiempos se fueron Monsiváis, Fuentes, Pacheco, Gelman, Mutis. ¿Siente haber vivido entre gigantes?

-Sí, entre gente que eran mis amigos, que me trataban como a una igual, que me mesaban los cabellos y me daban la mano para atravesar la calle.

-Creo que a Monsiváis le gustaban mucho los gatos. ¿A usted también?

-A mí me gustan más los perros. Mi abuela fundo la sociedad protectora de animales y yo llegué a vivir con 32 perros, recogidos de la calle, tuertos, mancos y llenos de sarna. Ahora tengo solo uno y dos gatos que por cierto se llaman Monsi y Vais, también callejeros. Hablándoles a ellos, sigo hablando con Monsiváis. Pero yo los educo, porque Monsiváis fue una víctima de sus animales.

-Hábleme de El universo o nada. ¿Es una continuación de La piel del cielo? Aquella novela estaba inspirada en la vida de su marido, Guillermo Haro, fallecido en 1988.

 

-Yo estaba descontenta con La piel del cielo, una novela en la que inventé mucho. Allí a Guillermo, aunque no aparecía con su verdadero nombre, le colgué amores que no tuvo. Los lectores se me acercaban y me decían: ¡qué bárbaro tu marido quiso violar a una muchacha! Entonces me di cuenta de que le estaba haciendo mucho daño. Y lo he enmendado en este libro, que es una biografía.

-¿Dónde se encontraban un científico y una mujer de letras? 

-A él no le interesaban los escritores, solo lo que yo hacía. A mí me interesaban los científicos pero yo no me podía acercar a su círculo porque no sabía nada. Este libro ha sido una manera de aproximarme. También lo he escrito para mis hijos, para que supieran cómo era su padre.

-¿Y cómo era?

-Él estaba muy volcado en su trabajo como astrónomo y fue un padre más bien ausente. Escribiendo este libro reviví muchas cosas de su vida y aumentó mi consideración por él Mientras vivimos juntos no me di cuenta a qué grado llegaba su capacidad de trabajo, su tesón. Ahora siento una admiración desmedida.

-¿De qué tratará su discurso del Cervantes? 

-He querido que tenga que ver con las mujeres del Quijote que, aunque no se las recuerde, son muchas, más allá de Dulcinea del Toboso. También me han interesado las mujeres de las Novelas ejemplares. En el discurso las vincularé a las mujeres de América Latina y de España, haré que todas sean, seamos, las mujeres del Quijote.

-¿Cómo le gustaría que la recordaran?

-Le diré cómo. Cuando murió Monsiváis me pidieron que hablara en sus honras fúnebres. Así que me levanté a las 3 de la mañana, después de haber estado velándolo, para escribir el discurso hasta las 5, que era cuando me venían a buscar. Fue muy duro, por la emoción y el dolor, pero lo hice. Como lo hago siempre, porque siento que es mi obligación. Me gustaría que me recordaran así, como alguien cumplidor y responsable.