Eduard Cortés: «La tradición de cine social se ha perdido»

El director barcelonés aborda el tema de los deshaucios en su nueva película

«La tradición de cine social se ha perdido»_MEDIA_1

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IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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El director barcelonés (The Pelayos, Ingrid, La vida de nadie...) cambia de tercio y se asoma al gran drama de los desahucios entre canciones.

-¿Cómo surgió el proyecto?

-Hace más de dos años, cuando se hizo visible el tsunami, desde la indignación de ver cómo la gente era esclavizada por los bancos y perdía su dignidad empecé a acudir a las asambleas de las PAHs y a investigar los casos. Pensé que sería un buen tema para una película.

-¿Por qué con canciones?

-Lo que más nos preocupaba era no frivolizar con un tema tan brutal. Entendí que la película debía ser muy fiel a los casos, pero al pensar que eso ya estaba cada día en los informativos, se me ocurrió enseñarlo con una mirada distinta. Más emocional e imprevisible. No es una película panfletaria ni explícitamente de protesta. Está, claro, pero la hacemos desde el terreno emocional.

-Quiso situar la historia en el 2007.

-Sí, porque entonces las víctimas lo vivían en soledad con una gran culpabilidad, como un fracaso personal. Con total impotencia y con la autoestima por los suelos. Más tarde con las PAHs se abrió un horizonte de esperanza, de solidaridad. La culpa pasó al sistema, y esa es la luz, el camino, que al final asoma en esa historia de perdedores. Es un viaje a los infiernos en el que en algún momento entra una luz.

-¿Por qué Sílvia Pérez Cruz?

-Hace años la vi por primera vez en  el escenario del TNC en El jardí dels cinc arbres, con textos de Salvador Espriu, me fascinó y luego la seguí en otros conciertos y me hice muy fan de ella. Se lo propuse y se quedó perpleja, pero al final aceptó. Tiene una energía y una empatía brutales, y una enorme capacidad para transmitir emociones y sentimientos. Lo hace todo desde la verdad más absoluta. Lo está viviendo con mucha pasión. Es una máquina, una crack.

-Un drama con Pérez y los actores cantando. ¿Pensó en Bailar en la oscuridad, con Björk?

-Sí, aquí no se hacen musicales, hace tiempo se hizo El otro lado de la cama. La película de Lars von Trier, con Björk, tiene la misma filosofía: un drama con canciones. Ellos tampoco lo vendieron como musical.

-Siempre le inspiran los casos reales, ¿no le atrae el imaginario?

-Tengo bastante tendencia a no explicar mi mundo, mi imaginario. Para mí una película es un viaje, eliges el destino, del que vas a regresar nuevo o reinventado. En la realidad veo buenos destinos, encuentro aventuras muy enriquecedoras.

-Lograr financiación para la película fue otro drama.

-Fue durísimo levantar el proyecto, con muy poca complicidad de las instituciones, con un tema que nos afecta tanto. La hemos podido hacer gracias a la voluntad de todo el equipo, que se hicieron productores asociados. Todos quisieron participar. Lo que me llama la atención de la cinematografía de este país es que  tenía una tradición de cine social, combativo, con ejemplos como los de Fernando León de Aranoa, y antes Bardem, Buñuel, Berlanga... Pero poco a poco se ha desplazado ese cine y ahora se ha impulsado uno de gran calidad vinculado a la industria.

-Manda la taquilla, lo comercial.

-Ha de existir y de forma mayoritaria, pero también una industria que explique los conflictos que vivimos, que sea testimonio de esta época. Bardem y Berlanga nos dejaron el retrato del pasado; los filmes de terror o fantasía no lo dejarán para el futuro. Tanto hablar de identidad nacional y me parece surrealista que queramos hacer películas norteamericanas. La marca de tu país es el drama de tu gente, y el cine, como la literatura, lo ha de reflejar.