NOVELA GRÁFICA SOBRE EL ARTISTA

Duchamp revive en 11 metros de cómic

François Olislaeger retrata al influyente autor del célebre urinario

François Olislaeger, el jueves en Madrid.

François Olislaeger, el jueves en Madrid.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Fue incinerado con las llaves de su taller en el bolsillo, su epitafio rezaba: «Por otra parte son siempre los otros quienes mueren». No le faltaba razón al revolucionario Marcel Duchamp (1887-1968), padre del arte contemporáneo y apasionado ajedrecista, pues el tiempo demostró que dejó tal huella que se convirtió en uno los artistas más influyentes el siglo XX. Eso es lo que llamó la atención del ilustrador francés François Olislaeger (Lieja, 1978). «Ves cómo sus ideas están presentes en las generaciones posteriores y cómo su influencia impregna todo el arte contemporáneo», cuenta por teléfono poco antes de llegar a España para presentar su singular novela gráfica, Marcel Duchamp. Un juego entre mí y yo (Turner), un libro de 78 páginas que se despliegan como un acordeón y se convierten en un friso ilustrado de 11 metros de largo.

La rueda de bicicleta

Al dibujante, que vive entre México y París, le fascinó escuchar al artista explicar en una grabación de radio cómo creó por pura distracción Rueda de bicicleta (1913), su primer ready made (arte encontrado o convertir en arte objetos que no lo son) avant la lettre. «Encontró la llanta en la calle, la montó en un taburete de cocina y le dio movimiento. Así, cada vez que la hacía girar, el sonido le recordaba el del fuego de la chimenea -explica-. Es la idea del tiempo que pasa. Cuando le imaginé sentado en su casa, fumando, escuchando la rueda girar y viendo pasar el tiempo pensé que era perfecto para una historieta».

Pero no es este un cómic al uso que recrea la vida y pensamiento de un personaje real sino un singular libro-objeto. El propio Duchamp es el narrador y, siguiendo una de sus ideas -«el espectador es quien hace la obra de arte»- invita al lector a marcar el ritmo de lectura. «Cada uno escoge el camino a seguir, igual que el artista elegía su propio camino en la vida -señala el dibujante-. Era una forma de romper el academicismo de leer del punto a al b y también de mostrar la importancia que él daba al azar. Le marcó mucho el poema de Mallarmé Una tirada de dados jamás abolirá el azar».

Desnudo y escándalo

Su amigo Francis Picabia, Apollinaire, André Breton, Man Ray, Andy Warhol... desfilan en la obra de Olislaeger junto a Duchamp, que rechazó pertenecer a cualquier grupo de vanguardia. También su niñez, su familia, sus viajes y estancias en Nueva York y Buenos Aires, su relación con las mujeres y, sobre todo, el origen y proceso de gestación de sus obras más célebres, como la inacabada El Gran Vidrio, el provocador urinario de porcelana -La fuente (1917), elegida el año pasado por 500 artistas como la pieza artística más influyente del siglo XX- o Desnudo bajando una escalera N°2, con la que provocó, con 25 años, su primera gran polémica.

La presentó en 1912 en el Salón de los Independientes de París, donde fue prohibida por los cubistas, y al año siguiente, con escándalo asegurado, la llevó al Armony Show de Nueva York: «a la mitad de Estados Unidos le encantó, la otra mitad lo detestó», pues lo habitual en el arte era ver un desnudo femenino recostado, pero «solo en un burdel se veía un desnudo bajando una escalera».

«Jugaba con los límites de lo aceptado y establecido como obra de arte -opina el autor-. Envió el urinario a la exposición de la Sociedad de Artistas con nombre falso y sabiendo que solo rechazarían obras por pornográficas y que no podían censurarla. Pero se la escondieron. Es un revolucionario y toda su producción es una respuesta a su época en la que cuestiona el academicismo. De ahí Tres zurcidos-patrón (1913), que cuestiona el metro como medida universal al tirar un hilo de un metro al suelo y ver cómo se deforma a su antojo».

«Mi capital está en el tiempo» o «mi arte consiste en vivir», decía lapidario Duchamp, que también en su forma de vivir, añade Olislaeger, «era un adelantado a su época». Creía que no había que cargar la vida con demasiado peso ni obligaciones, entendiendo por tales una esposa, hijos, una casa en el campo, un coche... «Era su respuesta a la era de la industrialización, con esa moral que funcionaba con el confort moderno». También, huyendo de la ortodoxia, cambió de identidad y se convirtió en 1920 en Rrose Sélavy, dejándose retratar vestido de mujer por Man Ray y usando el nombre como seudónimo.

Pensador singular

Para el ilustrador, que se ha documentado en entrevistas, conversaciones y escritos de Duchamp y la biografía de Bernard Marcadete, «es necesario un pensador como él en cada época, alguien que piense por sí mismo y de manera singular. Es importante que su espíritu siga viviendo».

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