Dos entrevistas para acceder al mito Mishima
Se publican dos conversaciones inéditas del controvertido autor japonés, una de ellas realizada pocos días antes de su suicidio
Incluso en un país como Japón en el que tantos escritores han tomado la decisión de acabar con su vida, el suicidio de Yukio Mishima es bastante excepcional. Su muerte no tuvo la bohemia del morfinómano Dazai, que se fue de este mundo acompañado de su amante lanzándose a un río, o la discreción de Kawabata, que lo hizo sencillamente abriendo la llave del gas y como pidiendo perdón. Mishima preparó concienzudamente su muerte espectacularizándola a la manera de los samuráis de Akira Kurosawa.
El autor era ya en 1970 uno de los más famosos en su país, listo para el gran despegue internacional, de no haber preferido los académicos suecos a su compañero Kawabata, pero su final a los 45 años mediante el seppuku ritual, el harakiri para entendernos, expandió y fijó su leyenda en todo el mundo. Ese año, el de su muerte, en los sectores más nacionalistas de Japón todavía seguían arrastrando la humillación de la derrota en la segunda guerra mundial y, en especial, la incomprensión ante la perdida divinidad del emperador. Mishima formaba parte de ese ultranacionalismo y el seppuku fue, entre otras cosas, su particular queja ante la opinión publica sobre ese antiguo Japón en retirada .
Ahora dos entrevistas, inéditas en castellano y reunidas en el volumen ‘Las últimas palabras de Mishima’ (en Alianza Editorial, donde está traducida casi toda la obra del autor) ofrecen muchas claves para conocer mejor al autor de 'Confesiones de una máscara', más allá de sus proverbiales homosexualidad, masoquismo y fascismo. Como concienzudo suicida, había coqueteado en muchas de sus obras con la idea de la muerte como una forma transcendental del erotismo.
DIÁLOGOS REVELADORES
Una de las conversaciones, firmada por Kobayashi Hideo, en 1963, es puramente literaria y tiene como motor la aparición de su obra más conocida, 'El pabellón de oro'. La otra es mucho más interesante, por lo que tiene de retrato y reflexión sobre sus ideas. Realizada pocos días antes del suicidio, está firmada por Furubayashi Takashi, un intelectual progresista que, aun gustándole la literatura del autor, discrepa de su ideología. El diálogo, sin embargo, transcurre por derroteros bastante amigables, defendiendo Mishima su postura antioccidental, su rechazo al consumismo y su concepción de la crueldad como sumun del erotismo.
La conversación revela cómo durante la guerra, Mishima no lo oculta, se libró de alistarse por un diagnóstico de tuberculosis que él vivió como una vergüenza y es la base del sentimiento de culpabilidad con el que se construye como hombre de acción. Así, cuando regresó a casa tras la negativa, el entonces veinteañero escritor escribió su testamento: “Pero cuando llegue el día no habrá necesidad de escribir otro. Creo que no se puede escribir más que un testamento” confiesa a Furubayashi. A lo largo de toda la entrevista, según aprecia Carlos Rubio, traductor del japonés y autor del prólogo, se deslizan no pocas referencias a ese final que Mishima, muy probablemente, tenía en mente. “Espere y verá que hago”, dice. “A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente es una agonía [… ] esto me ha llevado a pensar que como artista que soy debo tomar una decisión”.
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