DIARIO DE UNA NIÑA SIN TELEVISIÓN (1)

El sillón del tío José

A través del diario de una niña que aún no entiende el mundo adulto, la autora retrocede a sus veranos de infancia, cuando viajaba con sus abuelos a Extremadura, imitando aquellos primeros intentos para saber quién es quién.

Ilustración para la primera entrega del 'Diario de una niña sin televisión'

Ilustración para la primera entrega del 'Diario de una niña sin televisión'

JENN DÍAZ

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Cuando me despierto me siento en el sillón del tío José pero cuando el tío José vuelve del campo, me tengo que salir. La otra butaca cómoda es de la bisabuela, pero cuando la bisabuela quiere sentarse me tengo que salir también. En casa de los abuelos había un sitio para el tío Juan pero cuando el tío Juan murió, se lo quedó mi abuelo. Y mi abuela nunca ha tenido un sitio, ni yo tampoco, pero eso es porque ni mi abuela ni yo nos sentamos mucho.

Cuando me despierto el tío José no está en casa, y la abuela me dice que qué horas, y que hace ya mucho rato que ha pasado el de la leche y el de los churros, y que me han cogido unos cuantos, pero que ya no valen para nada porque, fíjate, se han quedado fríos, y es verdad. Desde la cocina se ve un poco el patio a través de dos ventanas, porque la ventana da a la ventana del cuarto de baño, que al principio, muy al principio, no existía, pero el abuelo construyó un cuarto de baño y ahora lo que falta es la ducha, y como venimos siempre en verano, nos lavamos en el patio, con la manguera. A mí me dejan hacerlo antes de que se vaya el sol y antes que nadie porque los primeros chorros salen calientes y como soy la más pequeña, pues...; el agua sale caliente de todo el día pegándole el sol a la manguera, pero después sale fría igualmente y lo hago rápido, al lado del pozo, aunque no me dejan asomarme ni tampoco tocar el cubo y ni siquiera la cuerda, por si acaso. Lo más que he hecho ha sido lanzar una piedra para ver qué profundo es, pero tampoco me dejan acercarme mucho y casi no oigo cómo suena, clonc.

Cuando viene el tío José, se sienta en su butaca y se coloca un pañuelo de tela abierto en el pecho, con la camisa medio desabrochada, y resopla porque hace calor y luego se le pasa, cuando ya casi está la comida, y entonces comemos y yo... apenas he hecho nada, porque por las mañanas me despierto tarde y además desayuno muy despacio, la abuela se queja porque me lo como y me lo bebo todo frío, pero me da lo mismo aunque ella no lo entienda. Estos niños de ciudad no saben comer, me dice, porque cuando estamos en el pueblo mi abuela no para de hablar de nuestra otra casa, y siempre para hablar mal, porque lo que le gusta a mi abuela es estar en el pueblo, y de vacaciones, aunque creo que le gustaría estar en el pueblo incluso sin las vacaciones, le gusta mucho, a mí también.

Por la tarde a veces me pongo en el sillón del tío José hasta que él se despierta de la siesta, y se sienta y enciende el televisor y pone los toros, y como no me gustan, me tengo que ir, porque la abuela dice que quien manda es el tío José y que si quiere ver los toros, pues se ven los toros, y que además a mí qué más me da, si no hay dibujos, y mi abuelo dice que tampoco le gustan mucho los toros, pero que se queda igualmente, porque a ver qué va a hacer, si en el patio hace tanto calor.

No me dejan ir al patio hasta que la pared tapa el sol completamente, y entonces me dejan pero llevo tanto rato intentando que me dejen salir que cuando estoy fuera, ya no sé qué hacer, y miro el huerto del tío José, y las gallinas, pero la bisabuela me dice que las deje tranquilas, que las gallinas se van a dormir muy pronto, como el tío José, y también el tío Domingo y el tío Tomás, que viven enfrente y cuando salimos por la noche a tomar la fresca, casi no puedo hablar porque las habitaciones donde duermen dan a la calle, y hay que callarse para no despertar ni a las gallinas ni a los que trabajan en el campo, y como mi abuelo está de vacaciones, se va a dormir tarde, y le da un poco de frío antes de irse a acostar y nos reímos porque mira que tener frío en verano, en el pueblo.

Cuando salimos a tomar la fresca sacamos las sillas, y la mía es una pequeña que tenía la bisabuela por ahí, guardada, y mi abuelo la ha pintado, el asiento de negro, y la madera de color blanco, y ésa es la silla que yo saco. Miramos las estrellas y dice mi abuelo, estas estrellas no están allí, ¿eh?, y es verdad. Eso es lo que hago más o menos todos los días, y por las tardes a veces me dejan ir con mis primas, que tienen en casa de sus abuelos una piscina y nos metemos las cuatro, porque son tres hermanas y yo. Casi no cabemos, es la piscina que compraron sus abuelos, y el abuelo de ellas es hermano de mi abuela, aunque yo le llamo tío Alonso, pero me dicen que es el tío de mi padre, no el mío, y mi padre de segundo nombre se llama Alonso, porque antes se ponían los nombres así.

Cuando voy a casa de mis primas, mi abuela se queda en la puerta de la bisabuela y me va vigilando hasta que llego a la esquina de la calle, que es donde viven ellas, y entonces me giro y le digo adiós con la mano, y eso es lo más que me dejan hacer por ahora, ir sola ese trozo, pero no es sola del todo porque mi abuela me va mirando, aunque para mí es como ir sola porque cuando no estamos en el pueblo, nunca voy sin nadie, ni siquiera de lejos. Por eso me gusta venir, y por el pozo, aunque no me dejen tocarlo.