Estrena 'Un método peligroso'

David Cronenberg: «La labor del artista y del psicoanalista es parecida»

David Cronenberg, en una imagen promocional de su película para el festival de Toronto, en septiembre.

David Cronenberg, en una imagen promocional de su película para el festival de Toronto, en septiembre.

NANDO SALVÀ
MADRID

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EnUn método peligroso, el director canadiense explora la relación que, a inicios del siglo XX, mantuvieron Sigmund Freud y Carl Jung. O sea, el nacimiento del psicoanálisis.

-Ha querido contar esta historia desde hace más de 10 años. ¿Qué le atrae tanto de ella?

-La riqueza de la época, por ejemplo. La gente creía en el progreso, pensaban que el ser humano estaba avanzando cultural e intelectualmente, que todo problema podía resolverse de forma racional. Freud, en cambio, dijo que eso era una ilusión, que bajo su fachada el hombre esconde un terrible potencial para la crueldad y la barbarie. La primera guerra mundial le dio la razón.

-Y probablemente Freud seguiría hoy pensando lo mismo, ¿no es así?

-Sin duda. Mucha gente se sorprendió de que una guerra tan brutal como la de los Balcanes pudiera suceder en el corazón de Europa a estas alturas. Freud diría: 'Os lo dije, pero no me escuchasteis?. Vivimos una ilusión. Estamos rodeados de una tecnología increíble, somos lo que Marshall Mcluhan llamó una aldea global, pero en una aldea pueden pasar cosas muy feas. Se usan teléfonos móviles muy sofisticados para matar. Seguimos siendo unos animales. ¿Podemos cambiar? No lo creo.

-¿Cuándo y cómo empezó usted a interesarse por el psicoanálisis?

-Desde siempre. Que decidamos compartir nuestra vida personal, nuestros sueños y nuestros miedos con una persona a la que no conocemos me parece fascinante. Además, la labor de un artista es muy parecida a la de un psicoanalista. Si creas un personaje creas un drama, y como dijo George Bernard Shaw, el conflicto es la esencia del drama. Para plantear un conflicto debes entender a la gente, y para ello debes pensar de un modo psicoanalítico.

-¿Y se nutre artísticamente de sus neurosis como Woody Allen?

-Woody Allen ha estado haciendo terapia durante 40 o 50 años, así que supongo que eso deja claro que no le funciona. Creo que Freud se quedaría boquiabierto ante casos así. Él cogía un paciente, lo trataba durante cinco o seis sesiones y luego lo mandaba a casa. No pensaba que el psicoanálisis tuviera que ser tu amigo de por vida.

-Ya habló del psicoanálisis en Cromosoma 3(1979). En ese filme la psicoterapia se relacionaba con la transformación del cuerpo. ¿En qué sentido están conectados?

-Freud demostró que el psicoanálisis está muy orientado hacia el cuerpo, en una época en la que hablar de vaginas y penes era tabú. Por ejemplo, tenía pacientes que sufrían extrañas fantasías, miedos y traumas, y se dio cuenta de que habían sido víctimas de abusos por parte de sus padres. Jung, en cambio, se alejó del cuerpo. Cuando empiezas a hablar de trascendencia y espiritualidad del alma estás negando el cuerpo, y eso hizo él. Se convirtió en un líder religioso en lugar de un médico

-¿En serio?

-En su autobiografía,Recuerdos, sueños, pensamientos, habla de visiones que tuvo cuando tenía 10 años. Si yo fuera un psicoanalista y alguien me trajera a un niño que decía tener esas visiones, pensaría que el chaval está loco. Eran sueños completamente psicóticos, y algunos muy religiosos. Por eso, creo que Freud y Jung siempre estuvieron destinados a separarse. Solo estuvieron en sintonía durante un tiempo muy breve.

-Parece estar del lado de Freud, pero la película se centra más en Jung.

-Son exigencias dramáticas. No hago propaganda ni trato de vender nada, solo pienso que esas personas eran muy interesantes, y apasionadas acerca de sus ideas, y las hicieron parte de sus vidas. En ese momento, todo el mundo quería dedicarse al psicoanálisis. La idea de poder de penetrar en la mente de las personas y así ayudarlas era muy seductora. Es una época fascinante.

-¿Siente nostalgia?

-No, pero aun así es muy refrescante recrear una época en la que las personas, incluso aunque estuvieran equivocadas en sus argumentos, eran tan elegantes y educadas defendiendo sus principios. El nivel de debate intelectual era bastante alto. Hoy, en cambio, los políticos solo dicen estupideces.