José Carlos Llop: cuando casi todo era posible

Eñ escritor mallorquín nos lleva en una máquina del tiempo a la Barcelona de los años 70 en 'Reyes de Alejandría'

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DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Supongamos que usted nació en la década de los cincuenta (mejor en el segundo lustro) y los aires revolucionarios del 68 le llegaron epigonalmente, disueltos en el caldo gordo contracultural donde se mezclaban el marxismo con el hinduismo -precocinados-, la canción protesta con el humo del hachís, la camisa floreadea y las sandalias con el sexo sin bridas y con el estructuralismo (ya un poco post), los viajes exóticos (geográficos o lisérgicos) con las tonadas de Dylan o Cohen o la música de Fleetwood Mac y de Crosby, Stills, Nash & Young. Y supongamos que usted vivió (o sobrevivió a) esa época en la Alejandría que entonces fue Barcelona. Si es así, este libro es una máquina del tiempo que le trasladará a aquella atmósfera y, seguro, a las sensaciones de ebriedad y adanismo, a los sentimientos alternantes de exultación y melancolía, a la incertidumbre indolora sobre el futuro y a la ilusa apropiación del mundo como una isla recién descubierta y de recursos inagotables.

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Quien hace posible esta retrotransportación es José Carlos Llop, un escritor dotado con una admirable capacidad para reconstruir, con piezas sueltas, el pasado mediante la acumulación del mobiliario material e inmaterial (canciones, vestimentas, hábitos, libros, modas varias) que le devuelve la vida. Llop es un maestro del regreso, vuelve la mirada atrás sin miedo a convertirse en estatua de sal, preguntándose tácitamente quién y cómo fue él mismo (y su generación) antes de ser lo que es ahora, cuando "no hay más salvavidas que la escritura de la memoria, entre la impresión y el fogonazo", en sus propias palabras. Quiere el autor que esta evocación de la juventud de los setenta no sea leída como un fragmento de su memoria sino como un producto de su imaginación. Entendido. A estas alturas ya no quedan lectores ingenuos y la advertencia es superflua: leer un texto autobiográfico como fidedigno sería tan iluso como leer una novela como pura y mera invención. Lo relevante es la fuerza de verdad del mundo que se configura en el texto y el paso estilístico de la prosa que lo informa: en esa apuesta -que lo es- Llop gana con ventaja.