FESTIVAL EN EL PARC DEL FÒRUM

Bunbury, las mutaciones de un veterano

El ex-Héroes del Silencio impone su ley en una primera jornada superpoblada del Cruïlla Barcelona

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JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Los horarios del Cruïlla Barcelona no se rigen por una estructura piramidal de soberanías, con el artista más relevante actuando en el mejor horario, sino por cuestiones de ritmo. De más reflexivo a más caluroso. De ahí que hace dos años Damon Albarn (líder de Blur) se personara con su melancólica música en solitario antes del anochecer; y por eso el viernes Esperanza Spalding se enfrentaba al sol en el escenario Time Out, a pesar de ese Grammy a la artista revelación que presuntamente robó a Justin Bieber en el 2011 y de haber sido escogida por Barack Obama para actuar en la Casa Blanca antes de cumplir 30.

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La artista fue impasible a la calina. Se movió con seguridad en su teatral traslado al escenario de 'Emily’s D+Evolution', disco de concepto sobre una joven (Emily, segundo nombre de Esperanza) enfrentada a temas de amor, raza e identidad. Mejor que bien acompañada por sus tres coristas y su banda jazz rock, podía concentrarse en representar con encanto escenas de su relato o recordar su maestría con el bajo sin trastes.

El de Esperanza Spalding y Cat Power era, quizás, el solapamiento más doloroso de esta primera jornada de Cruïlla. Quien se decidiera por acercarse a la segunda tampoco debió arrepentirse: Chan Marshall (ese es su verdadero nombre) se mostró concentrada y emotiva en su repaso a un cancionero que, con el tiempo, solo parece ganar en verdad y vida. Bordó lo propio, de 'Song to Bobby' a la inevitable 'The greatest', pero también lo ajeno: 'These days' de Nico o 'Blue' de Joni Mitchell, esta realmente nocturna y meditabunda y ni siquiera estropeada por las conversaciones a grito pelado.

ALTA TEMPERATURA

Unos minutos después, un buen tramo de camino más allá, Adrià Puntí sacaba espíritu rock’n’roll con rotundo sonido de banda. Cayó algún guiño a Umpah-Pah ('Un compendio en mi menor') pero, sobre todo, se trató de celebrar material reciente como la extática 'Esperit' ("clap your hands!") o una 'Prohibit' antes de la cual nos instó a "ponernos sexis". La tarde se presentaba alta de temperatura en todos los sentidos, porque el primer tema que tocó Damien Rice ('The professor & la fille danse') trata, según dijo el cantautor irlandés, sobre qué hace uno cuando es joven y sus millones de espermatozoides luchan todo el tiempo por salir. Era un hombre solo y algo triste y su guitarra, pero lo suyo podía cobrar volúmenes catedralicios gracias a la superposición de capas grabadas in situ.

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Si Rice podía conducir a la melancolía, Chambao hicieron todo lo posible por evitarla. Lamari derrochó mensajes hedonistas casi antes de cada tema ("que disfrutéis, que hagáis lo que os dé la gana") y su sólida banda, menos 'chill' que flamenco-jazz, construyó 'grooves' efectivos. Ríos de gente se acercaron a bailar, aunque la mayor afluencia de público se registró, seguramente, en Bunbury: allí debían estar casi todas las 22.000 personas que el viernes visitaron el festival.

De nuevo, el ex-Héroes Del Silencio confirmó sus capacidades no solo vocales sino interpretativas-expresivas (el estatismo no va con él) en un repaso a su carrera bajo el signo de un rock musculoso pero elegante, con vistas al jazz, el blues y el country. Bastante material de Héroes Del Silencio: empezó con una versión con guitarras surf (antes habían sonado The Tornadoes como música introductoria) de 'Iberia sumergida' y el punto más álgido de la actuación fue el rescate final, no sin el viejo heroísmo, de los clásicos 'Mar adentro' y 'Maldito duende'. A mitad de trayecto, convincente sección de aromas arrabaleros con el encadenado de ‘El extranjero’, ‘Desmejorado’ e ‘Infinito’.  

LIBERACIÓN BAILABLE

Según el criterio musical del Cruïlla, cerca de la medianoche toca ya la liberación bailable en toda regla. Y para eso estaban, por un lado, Crystal Fighters con su mezcla de pop y electrónica tribal, y por otro, Seeed, banda alemana reggae-dancehall que llevó al público al fervor absoluto con sus melodías pegadizas y, sobre todo, un grupo de cuatro percusionistas que se prestaba a coreografías tan encantadoras como, a veces, imposiblemente gimnásticas. Su 'show' tuvo un lado reivindicativo: su vocalista Peter Fox llamó a la apertura de las fronteras en Europa ("lo siento, tenía que decirlo"). Y el mismo espíritu crítico cruzó la actuación, robusta, dinámica y sin miedo a la épica de Vetusta Morla, cuyo cantante Pucho llamó a la liberación de decibelios en los espectáculos en vivo y reflexionar sobre las últimas elecciones: "Las cosas siguen a la deriva y la ilusión tendrá que esperar".

Mientras tanto, a muchos les queda el baile como forma de depuración. En la recta final de la primera noche quedaba público a espuertas para las ceremonias de ritmo de Bomba Estéreo y Rudimental. Otros, pies ya magullados, quisieron reservar fuerzas para una segunda jornada que cuenta entre sus grandes reclamos con valores seguros del rock como Robert Plant y Alabama Shakes.

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