CRÓNICA

Wolf Alice, construir sobre las ruinas

El grupo británico desplegó en Apolo su sonido heredero del rock alternativo de los 90, reafirmado en su segundo disco, 'Visions of a life'

Ellie Rowsell.vocalista de Wolf Alice en la Sala Apolo.

Ellie Rowsell.vocalista de Wolf Alice en la Sala Apolo. / periodico

Jordi Bianciotto

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Ir a un concierto de Wolf Alice tiene algo de visita al museo del rock alternativo de los últimos 25 años, con sus cortinas de guitarras ‘shoegazing’, sus arrebatos rockeros filo-grunge, sus melodías ensoñadoras y su punto gótico. Todo está ahí, de Cocteau Twins a Smashing Pumpkins, a través del impacto físico y el drama, empaquetado con primor por una banda que se mueve entre la filigrana pop y un calado emocional rockero y que congrega a un público abundante, como pudimos comprobar este viernes en Apolo en su segunda visita a Barcelona.

Escuchando una canción como ‘Heavenward’, la primera de la noche, la asociación con las texturas guitarreras de My Bloody Valentine era automática, de igual que modo que era fácil pensar en Dolores O’Riordan y The Cranberries al son de su mayor ‘hit’, ese ‘Bros’ invasivo y un poco juguetón que estalló a medio concierto. Con toda esa biblioteca entre las manos, a partir de las ruinas de un mundo que comienza a ser antiguo, el cuarteto británico consigue, aunque no siempre, construir un sonido dotado de identidad, a la vez pop y rock, tan de ambientes y desarrollos como de estribillos, sobre todo cuando supera la tentación del efectismo (las tormentas de ‘Lisbon’) y da frutos exóticos como ‘Don’t delete the kisses’ o ese sexy ‘Formidable cool’. Canciones ambas de su segundo disco, ‘Visions of a life’, publicado este otoño, que no se aparta de los perfiles del primero.

Alma de ‘stadium band’

Al frente de Wolf Alice tenemos a una figura, Ellie Rowsell, con aspecto de estar comprometida con el mensaje del grupo, vocalista dada al matiz y guitarrista temperamental, cuya voz encaja tanto con las armonías de aire onírico como con las exigencias más despeinadas de los momentos rockeros, como en la directamente ‘punkie’, y eficaz, ‘Space & time’. Wolf Alice no parece contentarse con construir canciones bonitas o sugerentes, sino que sueña con la ‘stadium band’ capaz de sacudir grandes recintos, y hacia ahí se encaminó ese ‘Moaning Lisa smile’ heredero de Nirvana, que condujo al momento más osado y aparatoso, ese ‘Visions of a life’ de ocho minutos, con cánticos místicos y guitarras dignas de Black Sabbath.

Hacia ese plano más invasivo se decantó Wolf Alice en el tramo final, a través de la furia con espasmos noise de ‘Fluffy’ y al rock de espacios abiertos de ‘Giant peach’, consumando el tránsito desde la luminosidad melódica a la toma de la fortaleza. No es ahí quizá donde están los registros más certeros de la banda, aunque disponer de canciones con ese poderío les colocará en una posición apta para llevarse por delante el circuito de festivales.