CRÓNICA

Vinicio Capossela, en la cantina del Grec

El cantante italiano sacudió el anfiteatro con sus agitadoras 'Canzoni della cupa' y una selección de sus clásicos

Vinicio Capossela, en el Teatre Grec.

Vinicio Capossela, en el Teatre Grec. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Después de fabular con ballenas blancas y de perderse entre las tabernas del Pireo, Vinicio Capossella busca inspiraciónVinicio Capossella  en las raíces de su árbol genealógico, en esa región de Irpinia, sur de Italia, de la que proceden sus padres (que emigraron a Hannover, Alemania, donde él nació en 1965) y que le suministra imágenes y leyendas con ese fondo primitivo que tanto le gusta. El fruto es un doble disco, otro más, que responde por ‘Canzoni della cupa’ y que mostró con deleite este lunes en el Teatre Grec.

Las nuevas canciones, que aportaron la primera mitad del repertorio, surgen de ese imaginario de la Italia rural, anterior al desarrollismo, pero su lenguaje sonoro es cualquier cosa menos un reflejo ortodoxo de una tradición musical: Capossela las viste con trompetas de mariachi (dos ejemplares integrados en el sexteto que le arropó), atendiendo a su idea de la afinidad natural de las músicas populares, y las somete a tratamientos libres y extremos. Un trayecto monocorde en la canción que abrió la noche, ‘Femmine’, mantra con cadencia de blues del desierto; metales vivaces en ‘La padrona mia’ y ritmo, mucho ritmo, asentado en un doble ‘set’ de batería y percusión, en canciones que parecían encaminadas a demostrar que la tarantella y el corrido vienen del mismo lugar. Y el punk, ya puestos.

SABORES DE FRONTERA

Capossela, presentado por sus músicos como “el bandolero anacrónico”, anunció un concierto “campero-cantinero”, y canciones como ‘Zompa la rondinella’ y ‘Componidori’ transmitieron un estado anímico exaltado, una celebración del espíritu de la frontera en que los ecos tradicionales se fundían con los punteos de guitarra eléctrica de Víctor Herrero. Material dispuesto para la fiesta, un poco reiterativo en ocasiones, con aceleraciones intempestivas y una pieza más modulada, ‘Il treno’, como cierre. En el camino, un homenaje al influyente trovador Matteo Salvatore (1925-2005) con ‘Il maccheroni’, que Capossela, manejando su voz ronca y cavernosa, mezcló con una cita a la ‘dylaniana’ ‘Knockin’ on heaven’s door’.

Luego vino el Capossela antológico, más abierto de registro, que a medida que iba cambiando de sombrero, siempre modelos de aspecto campesino, se desplazaba de las cadencias bluesísticas de ‘Signora luna’ (“homenaje a la montaña de Montjuïc”, bromeó) a las baladas sentimentales: ‘Ultimo amore’, ‘Con una rosa’ y ‘Pena de l’alma’, que cantó sentado al piano. Con Capossela, las canciones rítmicas son un terremoto, y las lentas, un bálsamo de sensibilidad. Quizá un punto medio fuera ‘Che cos’è l’amor’, arrebatadora y con brillantes giros armónicos, que encaró la noche rumbo al desfase de ‘Maraja’, en la que Vincenzo Vasi manejó las ondas eléctricas con el fantasmal Theremin.

El artista, descamisado, de rodillas ante un público que se entregó sin reservas a ‘Il ballo di San Vito’, escena que se repite de un concierto a otro. El Capossela ‘showman’, buscando la ovación por la vía del impacto físico. Rebajó al final los ánimos cuando recordó su primera actuación en Barcelona, hará unos 15 años, en la sala Tinta Roja, de Poble Sec, a propósito de Chavela Vargas y de ‘La canción de las simples cosas’. Él también dispone de su propio relato ancestral y de su exclusiva mitología.