CRÓNICA DE MÚSICA
Irregular versión de 'Teuzzone' en el Liceu
Jordi Savall estrena en España la ópera de Vivaldi con una notable actuación de Le Concerts des Nations pero un discreto reparto de voces
César López Rosell
Periodista
CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA
Casi 300 años después de su estreno en el Carnaval de Mantúa, en 1719, ha llegado al Liceu, en plena celebración del Carnestoltes, el estreno en España de ‘Teuzzone’, ópera poco conocida de Antonio Vivaldi. La recuperación de este título del autor de medio centenar de piezas liricas tapadas por el éxito de sus obras instrumentales, suponía un gran esfuerzo. Jordi Savall, que ya había grabado esta rescatada partitura en el Palacio de Versalles en el 2011, no ha perdido la oportunidad de ofrecerla en versión concierto en el teatro de la Rambla. El violagambista y director extrajo un sonido pulcro de su formación Le Concert des Nations, pero la discreción del reparto mermó parte del éxito de este proyecto.
Durante la función el público siguió con interés esta obra que se remite al imaginario de los viajes orientales de Marco Polo. Hubo alguna deserción en la segunda parte, pero en general el espectáculo complació a los amantes de una música grandilocuente, rítmica y de incuestionable brillo melódico. Otra cosa distinta es el seguimiento de la trama a través de las prestaciones vocales y dramatúrgicas de los protagonistas, que exigen un nivel virtuosístico y una garra interpretativa que resultó limitada. La incorporación de dos instrumentos orientales, una pipa (laúd) y un ‘guzheng’ (arpa rectangular plana), realzó el exotismo de la pieza.
CIERTA RUTINA
El libreto cuenta las peripecias del príncipe Teuzonne, heredero del trono chino tras la muerte de su padre, el emperador Troncone. Todo se altera cuando entra en juego la ambiciosa y joven viuda Zidiana, que quiere conseguir el poder y el amor de su hijastro al que ama secretamente. El juego de alianzas y traiciones tejido por la emperatriz, aprovechándose del amor que le profesan el general Sivenio y el primer ministro Cino, es el eje del relato. El plan acabará fracasando llegando a un final feliz con el protagonista casándose con la princesa tártara Zelinda.
Los pasajes de esta historia se iluminaron en algunas fases instrumentales y en la calidad de los acompañamientos, pero los cantantes no consiguieron, salvando alguna excepción, superar la sensación de una cierta rutina. Los recitativos y algunas arias se expusieron de forma plana y sin apenas emoción. Particularmente inexpresivo fue Furio Zanassi, quien no acabó de proyectar nunca el carácter del maquiavélico general. El sopranino Paolo López no pasó de la discreción en la recreación de un manifiestamente mejorable protagonista. Cumplió sin más en los ornamentos, pero se mostró escaso de proyección.
Marta Fumigalli no sacó todo el partido posible de sus recursos para desarrollar su maniobrero rol, pero fue aplaudida al final. Roberta Mameli, en un ejercicio de travestismo de los que tanto gustaban a Vivaldi, exhibió buena presencia y un buen registro vocal pero ofreció una versión de Cino alejada de los acentos masculinos de su personaje. La mejor fue Sonia Prima recreando a una princesa pletórica de fuerza, energía y buen canto. Fue la más creíble en una noche en la que la música de Vivaldi se impuso a las interpretaciones vocales.
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