CRÓNICA

Chano Domínguez: canciones de ida y vuelta

El pianista viajó de un lado al otro del Atlántico a lomos del jazz

Chano Domínguez.

Chano Domínguez. / WIJMARKPHOTO

ROGER ROCA

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El jueves en la sala Artte Chano Domínguez explicaba que, para él, los primeros pianistas verdaderamente flamencos fueron Falla, Albéniz y Granados. Y cuando Chano Domínguez dice algo sobre piano y flamenco, vale la pena tomar nota. Ahora nos parece lo más normal del mundo, pero si hoy el jazz, el flamenco, la copla y las músicas latinoamericanas se conjugan con naturalidad es en gran parte gracias a él. Durante un tiempo el pianista de Cádiz vivía cerca de Barcelona y era fácil verle en directo en la ciudad dando forma a ese lenguaje tan suyo que tan fácilmente se convirtió en moneda de uso corriente. Ahora vive en Nueva York y sus visitas a la ciudad se han espaciado tanto que ahora son -o deberían ser- auténticos acontecimientos.

Hace unas semanas se juntaba con su compadre Javier Colina en el Jamboree, y el jueves daba en Artte un recital a piano solo. No se anunció como una presentación de disco, aunque está al caer 'Over the rainbow', un álbum en solitario que incluye algunas de las piezas que tocó en la sala de la calle Muntaner.

Abrió el juego con una composición inspirada en el ritmo de las alegrías de Cádiz. Aunque el compás, como ocurre siempre con Chano Domínguez, a la vez estaba y no estaba, a ratos perfectamente dibujado, a ratos convertido en swing. Tocó 'Gracias a la vida' de Violeta Parra, “una de las canciones más bellas escritas jamás en lengua castellana”, dijo, y luego volvió a Cádiz para convertir 'El puerto' de la 'suite Iberia' de Albéniz en su propia fantasía. Voló a Nueva York de la mano de Thelonious Monk, uno de sus caballos de batalla de siempre. Y aunque no hay duda de que en el escenario solo estaba él, el Monk de Domínguez es tan flamenco que se podría jurar que en acompañando al piano sonaba el repique de unas palmas invisibles -lo que sí se oía, muy de fondo, era la música que pinchaba el disc jóquey en la sala contigua; cosas de una ciudad que quiere conjugar muchas modernidades a la vez-. 

Tocó estándares y piezas de raíz latina, mezclando siempre lo uno con lo otro con absoluta naturalidad. Se despidió con 'La tarara', la canción popular castellana que Lorca convirtió en poema, Camarón de la Isla en clásico, y Chano en una forma de hacer participar a los espectadores: “la tarara sí, la tarara no, la tarara madre te la bailo yo”, cantó el público de Artte con esa contención tan de Barcelona. Esto no es Cádiz, pensaría Chano. Y tiene razón. Pero seguro que en Nueva York ni se saben la letra.