CRÓNICA DE ÓPERA
'Rigoletto', según el maestro Leo Nucci
El legendario barítono, de 74 años, se gana el aplauso del Liceu exhibiendo su propia lectura del bufón de la ópera de Verdi
César López Rosell
Periodista
CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA
Más de 500 representaciones de ‘Rigoletto’ le contemplan. Y más de 3.000 ‘verdis’, que se dice pronto. El barítono Leo Nucci es una leyenda de la ópera que sigue paseando su arte por los principales escenarios de la lírica a los 74 años. “Lo mío es un milagro”, suele decir este artista nacido en Castiglione dei Pepoli, cerca de Bolonia, que confiesa que no ha ido nunca a la consulta del otorrinolaringólogo y que ha construido su carrera siguiendo el modelo de figuras como Alfredo Kraus, que supo cuidarse para mantener la salud vocal hasta una avanzada edad. Pocos meses después de que interpretara al bufón de la ópera de Verdi por enésima vez en La Scala, ha regresado al Liceu donde ofreció, el sábado, una única función con el personaje entre las aclamaciones de un público entregado.
Junto a Plácido Domingo, Nucci es uno de los pocos cantantes de su generación que pueden presumir de figurar en los carteles de los primeros teatros operísticos del mundo. Su sola presencia atrae a espectadores que desean vivir con él el milagro de una nueva aparición, a pesar de las limitaciones de una voz desgastada pero que mantiene, con una buena administración de sus recursos y su innegable carisma dramático y presencia escénica, las constantes vitales de la dignidad interpretativa Y eso, más o menos, s lo que acreditó en el teatro de la Rambla. La dirección le había reservado un hueco para que diera vida una vez más a un rol que lleva adosado a su ADN artístico, y que están repartiéndose en las restantes 12 funciones el imponente Carlos Álvarez, en el primer reparto, y un buen Ángel Odena en el segundo.
PODEROSO DON COMUNICATIVO
El artista que más veces ha dado vida a este personaje en la historia de la ópera, desde que lo interpretara por primera vez a los 31 años, subió al escenario con la lección más que aprendida. A él nadie tiene que decirle como dar forma a la compleja psicología del personaje. Ni lo admite, salvo que coincida con sus propios planteamientos. Por eso el Rigoletto que ofreció Nucci en el Gran Teatre era el suyo, el que tiene interiorizado. Más próximo a la figura del padre amante y sobreprotector de su hija, Gilda, que al diseñado por la directora de escena Monique Wagemakers, que retrata a un progenitor opresivo, maltratador e incestuoso, que tanto ha dado que hablar, para bien, en esta producción.
Pero ahí estaba él con sus característicos tics, su poderoso don comunicativo y sus todavía sonoros y expansivos agudos con los que obtiene un rápido impacto. Los problemas vienen cuando tiene que utilizar las medias voces, bajar a los graves y expresar con la fuerza conveniente los recitativos, pero el artista sabe disimularlos con sus innegables tablas. El primer dúo con su hija hizo temer por el resultado final de su actuación, pero en el segundo acto resplandeció su faceta más teatral con un ‘Cortigiani’ de gran efecto, que levantó los primeros bravos. Naturalmente, llegó el dúo de la ‘vendetta’ junto a su hija y la sala reaccionó con parecido entusiasmo, propiciando el programado bis, que ofrece casi como un ritual en todas sus actuaciones y con el que complace a su legión de admiradores.
“¡Es el Messi de la ópera!”, exclamó a nuestro lado un entusiasmado espectador que había adquirido la entrada solamente para verlo. La magnífica soprano granadina María José Moreno recibió, a su lado, los mayores aplausos de la velada. ¿Qué demonios hace en el segundo reparto esta sensible, matizada y rigurosa intérprete, en el estilo vocal y en lo dramático,de Gilda? Sin duda merece estar en el primero. Antonino Siragusa, también debutante en el papel del Duque de Mantúa, exhibió la belleza de unos bien proyectados agudos y, en el resto de los papeles principales, Enrico Iori (Sparafucile) y Ana Ibarra (Maddalena) estuvieron lejos de las prestaciones que ofrecieron Ante Jerkunica y la sensual Ketevan Kemoklidze en la función inaugural. Finalmente, el evento cumplió con el objetivo de homenajear la trayectoria del incombustible barítono italiano. Nada que no fuera previsible.
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