CRÓNICA DE ÓPERA

'Le nozze de Figaro': un buen pero repetitivo Mozart

El Liceu aplaude sin alharacas la tercera reposición del montaje de Lluís Pasqual

Un momento de la representación de 'Le nozze de Figaro' en el Liceu.

Un momento de la representación de 'Le nozze de Figaro' en el Liceu. / periodico

César López Rosell

César López Rosell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Dice Lluís Pasqual que a Mozart hay que saber escucharlo. El creador del este montaje del Liceu, pletórico de teatralidad, de ‘Le nozze di Figaro’ entiende que detrás de cada nota de esta ópera hay una regulación de acciones y emociones de extrema delicadeza y que cuanto menos se toque ese espíritu de la obra, mejor. En esta tercera reposición, dirigida por Leo Castaldi, volvieron a ponerse de manifiesto estas claves y el espectáculo funcionó con la misma precisión en su mecanismo de relojería que en anteriores citas, pero lastrado por el peso de la sensación del ‘déjà vu’ y por lo tanto de la eliminación del factor sorpresa en los recursos escénicos utilizados.

Esta circunstancia afectó, sobre todo, a los numerosos repetidores que acudieron al Gran Teatre dispuestos a disfrutar de nuevo de la hilarante comedia. Hubo merecidos aplausos para todos, pero sin el entusiasmo desbordante de las otras ocasiones El propio Pasqual criticaba, en unas recientes declaraciones, la reiteración programática en los teatros de títulos de repertorio taquilleros que frenan la renovación del género. Tenía razón, aunque sus manifestaciones estuvieran hechas poco antes de que el Liceu recuperara su montaje.

Desde el punto de vista de la novedad, lo más interesante era ver como encajaba en el marco de la funcional escenografía de líneas claras de Paco Azorín y bajo la batuta del pulido Josep Pons, un reparto con notables debutantes. Lo encabezaba el magnífico bajo-barítono Kyle Ketelsen (Figaro) que volvió a triunfar, como en el 2008, gracias a su ágil desenvoltura escénica y a sus impecables prestaciones vocales al servicio del complejo y poliédrico personaje de maestro de las intrigas que se siente  obligado a reaccionar ante las maniobras del Conde de Almaviva, cuando éste pretende recuperar el extinguido derecho de pernada con Sussanna, la futura esposa del barbero.

AMOS Y CRIADOS

Eros marca el camino en esta trama de relaciones amorosas, de deseo y poder y de enfrentamientos entre amos y criados, desarrollada a un ritmo coreográfico tan preciso como bailable y jugando con las constantes entradas y salidas del escenario de los personajes. Además de Ketelsen, brilló con luz propia la soprano Anett Fritsch (Condesa de Almaviva), afortunada sustituta de la indispuesta Olga Mykytenko, que mostró una gran elegancia escénica y un absoluto dominio vocal de su papel.

La debutante Mojca Erdman fue una convicente Susanna, muy metida en todas las salsas, aunque sin el nivel de otras intérprete del rol. Muy bien la otra primeriza en el Gran Teatre, Anna Bonitatibus (Cherubino), que supo dar respuesta a las caras del burbujeante paje con soltura canora (estupenda en ‘Voi che sapete’ y en todas sus intervenciones) y exhibiendo una buena vis cómica. Gyula Orendt (Conde de Almaviva) no pasó de la discreción pese a su buena presencia en un rol que requiere tanta intensidad como autoridad. Valeriano Lanchas, José Manuel Zapata, Maria Ricarda Wesseling, Vicenç Esteve Madrid y Roberto Accurso cumplieron y se hizo notar, por sus buenas aptitudes interpretativas, una hilarante y decidida Rocío Martínez (Barbarina).

El coro estuvo a la altura del reto, tanto en las coreografías como en la línea de canto, y la orquesta tuvo buenos momentos junto a otros con evitables desajustes en su ensamblaje con los cantantes. Pero, dentro del buen nivel general, el mayor problema de la producción reside en el exceso de reposiciones.