CRÓNICA DE CONCIERTO

Miguel Poveda, aires de leyenda

El cantaor ofreció un abrumador recital en el Liceu en el que recorrió sus adaptaciones poéticas y viajó del flamenco a la copla

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JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Hace poco más de un año, Miguel Poveda tuvo que suspender su recital en el Coliseum por estrés y agotamiento, pero este domingo no hubo rastro de fatiga en el Liceu. Más bien lo contrario. “Hoy os lo he querido dar todo. O más, ¡el doble!”, dijo al terminar, tras dos horas y media de recital exhaustivo, en el que cubrió todos los frentes: su refinada alianza con Joan Albert Amargós, el flamenco libre y la copla.

La cita del Festival del Mil·lenni comenzó con la puesta en escena de ‘Sonetos y poemas para la libertad’ con su aparato audiovisual y sus acercamientos literarios con músicas de su guitarrista, Juan Gómez, ‘Chicuelo’, y Pedro Guerra. Un Poveda tocado por una severidad intelectual, que no se dejó intimidar por el empaque instrumental manejado por Amargós. Cantó con seguridad ese ‘Para la libertad’, de Miguel Hernández, que difícilmente podrá desbancar nunca a la adaptación de Serrat, y ajustó su emotividad a los precisos carriles trazados por ‘El poeta pide a su amor que le escriba’, de Lorca, autor de punto y aparte: “Hay poetas que admiro, pero Lorca es el que más quiero”.

DE LORCA A GIL DE BIEDMA

Piezas de pliegues convulsos, con brillos jazzísticos y apuntes solistas de la  trompeta de David Pastor, entre las que introdujo la copla ‘Los cuatro muleros’ y una composición en catalán, ‘Cançó del bes sense port’, con texto de Maria Mercè Marçal. El cantaor celebró que Aute se esté recuperando de su crisis cardíaca al abordar su irónica ‘Querido Guerra’ y contó con la esbelta voz de Rosa Robles en ‘Donde pongo la vida pongo el fuego’. Y tras la concluyente ‘No volveré a ser joven’, acompañando los versos de Gil de Biedma, dio paso a un concierto distinto.

Un Poveda ahí entregado al arte ‘jondo’, mano a mano con Chicuelo y los tres palmeros, perdiéndose entre las bulerías de Cádiz y unas seguiriyas dedicadas a su padre, y recordando los álbumes de Triana y Lole y Manuel que le indicaron el camino. Entre estos últimos, uno que le transmitía libertad, dijo bromeando, “aunque tuviera una gaviota en la portada”. De ellos incorporó ‘Nuevo día’, con el sol venciendo a la luna “en el campo de batalla”, y ‘La plazuela y el tardón’. Quedó exhausto, resoplando tras los últimos quiebros vocales.

Quedaba un último tramo que le condujo a un territorio coplero coronado vía Quintero, León y Quiroga con ‘A ciegas’ (la de ‘Los abrazos rotos’, de Almodóvar), y al ‘Soneto del ángel deseado’, que dedicó a su hijo. Saludos a Lolita, presente en el público, y como despedida, qué podía superar a la suma de Lorca y Camarón que representa ‘La leyenda del tiempo’, clásico de clásicos. Poveda también comienza a serlo.