Quique González, emoción universal
El cantautor madrileño mostró el confesional rock a la americana de 'Me mata si me necesitas' en un sobrio recital en Apolo
Jordi Bianciotto
Periodista
JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA
La estética del cantautor a la americana, de corazones rotos y carreteras perdidas, está tan trillada que practicarla con sentido y capacidad de emocionar comporta un plus de mérito. En eso está Quique González, que en su nueva obra, de título intranquilo, ‘Me mata si me necesitas’, cultiva ese imaginario a conciencia moviéndose entre dos polos, el apasionamiento romántico y el cara a cara con la tiniebla, buscando la “luz en la última curva”.
Un disco de extremos anímicos que el madrileño recorrió al completo este viernes en un Apolo lleno (festival Banc Sabadell Mil·lenni), con ambiente fogoso y una audiencia clavada en cierta franja generacional, algo así como treinta y cuatro años de media. Público que quizá ha crecido con él y que siente el reflejo de su peripecia sentimental. González la mostró dominando el sentido del ‘tempo’, con un repertorio muy bien construido que se abrió paso con seis canciones nuevas, empezando por ese tenue faro que es ‘Detectives’.
Pieza que alude al nombre de su banda actual, provista de un Hammond digno de Al Kooper, manejado por David Schulthess, que dio un sustento clasicista a esas canciones asentadas entre el medio tiempo narrativo, los sabores country (el violín de Edu Ortega) y, a veces, cada vez más mesurados, los arranques de rock’n’roll espoleados por la guitarra de Pepo López. El primer bloque entregó material fibroso con ‘Se estrechan en el corazón’, ‘Sangre en el marcador’ y ese ‘Charo’ con la creíble voz de Caroline de Juan, presentada como “la gran Nina”.
RECUERDOS DE ‘SALITRE 48’
Un golpe de volante desvió a Quique González hacia territorio pretérito con ‘Kid Chocolate’, rockera pero dulcificada por las armonías a tres voces, las muy inmediatas ‘Dónde está el dinero’ y ‘Tenía que decírtelo’, con fiesta y vítores en la pista, antes de consumar una parada y fonda en el disco ‘Salitre 48’, que ha cumplido 15 años con una reedición en vinilo. Recuperó cinco de sus canciones a medida que se iba quedando más solo en escena, culminando con ‘En el disparadero’ y sus bucles litúrgicos a lo Van Morrison. Y poco a poco, la otra mitad del nuevo repertorio, entre el imponente ‘Relámpago’ y el perfume funerario de ‘La casa de mis padres’.
Con ese cancionero grabado en Tarragona y mezclado en Poble Nou mantuvo González la sala en vilo, y una doble tanda de bises reservó algunas de las viejas favoritas: ‘Pequeño rock and roll’, ‘Kamikazes enamorados’, ‘Avenida de tu corazón’… Rock con raíces americanas que sigue sirviendo para transmitir sentimientos universales.
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