CRÍTICA DE MÚSICA
Bosé, en cósmica armonía
El cantante desplegó el sofisticado y místico montaje audiovisual de 'Amo' en el Festival de Pedralbes
Jordi Bianciotto
Periodista
JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA
Tras las alegres bacanales de éxitos del ‘Papitour’ y el ‘Papitwo’, la gira ‘Amo’ coloca a Miguel Bosé en un estadio en el que el centro de gravedad no son tanto las canciones como su propia figura en estética y espiritual armonía con el universo. Podría decirse que estos conciertos son un estado mental en el que cada gesto, cada paso, está destinado a transmitir una idea de paz interior, de equilibrio plástico con fondo zen.
Así vimos a Bosé este miércoles en el Festival Jardins de Pedralbes, donde ofreció uno de esos ‘shows’ pensados para grandes recintos (como el Palau Sant Jordi, que lo acogió el pasado septiembre) que en una distancia más corta consiguen impresionar. Con esas columnas cúbicas móviles convertidas en pantallas, que tanto podían convertir el escenario en un templo oriental (los dragones de ‘Salamandra’), un bosque (‘Te comería el corazón’) o un paisaje surrealista con relojes dalinianos (‘Si tú no vuelves’). Muy bonito, y no es ironía.
DE PUNTA EN BLANCO
Puesta en escena, en fin, de cierto esteticismo ‘new age’, donde los músicos y los coristas, Helen de Quiroga y Tomy Álvarez, se movían en calculada, sensual, concordancia con Bosé, todos de blanco, caminando a la vez en cámara lenta, balanceando los brazos o dando sincronizados saltitos. Etéreo misticismo con licencias: Bosé, rascándose manifiestamente la entrepierna y provocando aullidos en la platea.
Y con otros regresos a la realidad terrenal en forma de ‘hit’: las nuevas, sugerentes, canciones de pop adulto brumoso (‘Amo’, ‘Encanto‘. ‘Tú mi salvación’) contrastaron con el impacto causado por ‘Nena’, ‘Sevilla’ y ‘Morena mía’, que salpicaron un repertorio que siguió al pie de la letra el guión del verano pasado en Cap Roig y el Sant Jordi. Con citas a dos álbumes con los que ‘Amo’ dialoga, ‘Salamandra’ (1986, que aportó cuatro canciones) y ‘Bajo el signo de Caín’ (1993, con tres). Menos electrónico-industrial que en la gira de entre-‘papitos’, ‘Cardio’ (2010), más tendente a la construcción de atmósferas.
APUROS VOCALES
Fue a medio recital, en el momento en que cantaba aquello de “El corazón que a Triana va / nunca volverá…”, cuando vimos a Bosé pasando repentinos apuros con su voz. No logró reponerse del todo, aunque, ayudado por los coristas, mantuvo a flote piezas como la ‘petergabrieliana’ ‘Nada particular’, que dedicó a los refugiados, ‘Como un lobo’ y la llamativa, aunque menor, ‘Sí se puede’, una extraña elección para cerrar el ‘set’.
En los bises, ‘Bambú’, un ‘Amante bandido’ estirado con techno-trance discotequero y la balada ‘Te amaré’, vestigio de su primera vida artística como ídolo juvenil, cuando competía con Pecos y Leif Garrett. Muy pocos logran superar esa estación ‘teenager’ y mantener una carrera larga, con todas sus estridencias y altibajos. Bosé aludió al final, con la garganta tocada, a aquellos inicios, “hace cuarenta años”. Mantenerse a lo largo de tanto tiempo ya es una forma de arte.
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