CRÓNICA DE JAZZ

Ellis Marsalis, el maestro modesto

La 14ª edición del Mas i Mas Festival arrancó con el debut en Barcelona del patriarca del clan Marsalis

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ROGER ROCA / BARCELONA

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“Este hombre cambia las vidas de jóvenes que no saben qué hacer con su futuro. Yo soy una prueba de ello”. El papel que Ellis Marsalis ha tenido en el jazz norteamericano se puede explicar de muchas maneras. Y el jueves en el Jamboree, el saxofonista Jesse Davis eligió explicarlo desde la gratitud. Él también fue alumno suyo, igual que muchos de los grandes músicos que ha dado Nueva Orleans en los últimos treinta años, como Nicholas Payton o Harry Connick Jr.

Sentado en la banqueta del piano, el patriarca de la familia Marsalis, padre de los célebres Wynton y Branford, escuchaba en silencio a su antiguo alumno. “Es un hombre muy modesto, por eso os hablo yo y no él”. Y entonces Marsalis se giró hacia el público, como si fuera a decir algo. Pero no. Sencillamente se levantó, apoyó sus 81 años en un sólido bastón y bajó poco a poco del escenario. Fin del primer pase de la noche. Aún quedaba el segundo, como es tradición en el Jamboree. 

CONCIERTO HISTÓRICO

Fue un final algo extraño para un concierto histórico; era la primera vez que Marsalis actuaba en la ciudad. Pero esa discreción, la falta de pompa, casa con el carácter del pianista. Hasta que el éxito de sus hijos le puso en el mapa, Ellis Marsalis vivió siempre en un segundo plano a pesar de haber hecho méritos por ganarse un puesto en la escena del jazz moderno. Nunca fue, eso sí, un músico estridente. En el Jamboree Marsalis tocó con sobriedad, buscando el espacio justo para dejar caer un acorde, como si en cada compás se preguntara cuál era la mejor manera posible de completar una idea, imprimiendo carácter pero sin imponer nunca su voz.

De hecho alguien podía pensar que el líder del cuarteto era el explosivo Jesse Davis y no él. Acudieron a los padres del jazz moderno -Thelonious Monk, Charlie Parker-, tocaron las fibras más tristes con “You don’t know what love is” y remontaron los ánimos con una versión al trote funky de “Love for sale”. Y así, sin reverencias ni afectación, se despidió un maestro. Con una lección de discreción.