'Zoolander 2': la mirada Magnum se desmorona

BEATRIZ MARTÍNEZ / MADRID

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Como ocurre con toda 'cult movie' que se precie, la devoción hacia el universo de 'Zoolander' ha ido creciendo a lo largo del tiempo y sumando adeptos en las nuevas generaciones. Ben Stiller supo capturar el espíritu de la sátira más descabellada a ritmo de gags irresistibles en torno a la superficialidad del mundo de la moda y consiguió construir una afilada comedia a partir de los desechos 'deluxe' de la cultura popular que todavía hoy provoca espasmos de placer culpable.

Ahora, quince años después, a 'Zoolander 2' le pasa un poco como a su propio protagonista: se encuentra desfasado, fuera de onda y absolutamente desorientado dentro de unos nuevos tiempos que no ha sabido muy bien cómo asimilar. Ha perdido el toque, la chispa, el 'mojo', como diría Austin Powers. Su mirada Magnum parece haberse difuminado, y Ben Stiller se muestra incapaz de dominar a su propia criatura, de articularla para que tenga ritmo y resulte fresca, para que no caiga, como termina ocurriendo, en la pereza y la indiferencia.

Quizás por eso, entre todos los materiales de derribo con los que está construida la película, pasen desapercibidos algunos golpes de genio, pequeños fogonazos de talento iconoclasta y estallidos de humor delirantes que se insertan dentro de ese batiburrillo hipertrofiado de esencia 'non-sense' en el que al menos se agradece el tono dionisíaco, su estética 'retro trash' y su loable intento de no dejar títere con cabeza al mismo tiempo que se disfruta inevitablemente con la gozosa pléyade de cameos que desfilan por la función y con una Penélope Cruz ultrasexi que desata su vis cómica.