CRÍTICA DE CINE

'Dancer': pliés redentores

Con tono más melodramático que sensible, el nuevo documental de Steven Cantor retrata el bailarín Sergei Polunin como si fuera una estrella del rock

NANDO SALVÀ

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Sergei Polunin ama la danza pero no siempre supo por qué se dedicaba a ella. Sobre ese dilema se construye este documental sobre el bailarín ucraniano, conocido como “el chico malo del ballet”, en el que el director Steven Cantor explora los sacrificios físicos y emocionales necesarios para triunfar en una disciplina artística particularmente conocida por su dureza y su competitividad.

Cantor no emite juicios de valor sobre si el éxito de Polunin justificó tanto esfuerzo por parte de él y especialmente de su familia. En lugar de eso, se limita a observar el proceso que sacó al bailarín de una depauperada ciudad de provincias y lo aupó a los escenarios más prestigiosos del mundo, y mientras tanto lo obligó a lidiar con excesos, sentimientos de culpa y otros demonios personales.

Para ello Cantor se sirve de fragmentos de vídeos caseros grabados durante la infancia y la adolescencia del bailarín y de clips actuales tanto de él como de padres y amigos. En algunas  de esas imágenes se detecta con excesiva facilidad el esfuerzo por retratar a Polunin como algo parecido a una estrella del rock –lo vemos ingerir pastillas y beber pócimas de dudosa legalidad, o protagonizando titulares sensacionalistas–, y eso dota la película de un tono melodramático que en ningún momento resulta convincente. Asimismo, el obvio afán de Polunin por enfatizar su imagen canalla por momentos corre el riesgo de ensombrecer la honestidad y la sensibilidad que Cantor logra insuflar a su retrato.

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