Jordi Lara: la música precisa

Tres de los cuentos de 'Mística conilla' son irreprochables, de una pura redondez

Jordi Lara

Jordi Lara / JORDI COTRINA

VICENÇ PAGÈS JORDÀ

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'Mística conilla', de Jordi Lara (Vic, 1968), está formado por seis cuentos de entre 20 y 50 páginas, una longitud que permite ir más allá de la carrera hacia el final explosivo, más allá también del estereotipo, del esquematismo psicológico, de la sociología de taberna. Lara domina esta distancia, que permite crear pequeñas maravillas que no costaría demasiado convertir en novelas, pero que en este formato concentran un gran poder de sugestión.

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El libro se inicia con 'Lo matí de ma infantesa', un cuento, me temo, perfecto. No solo se despliega en él el genio de la lengua, sino que se concreta en un personaje que es a la vez concreto y metafórico, y que solo una construcción viva y minuciosa podría hacer creïble (incluyendo el cameo de Perejaume). Si en este cuento el narrador explora su infancia en Osona, en el siguiente ('Zapatos de boscal') se aventura en el pasado andaluz del padre, y llega hasta el momento fundacional de la guerra civil. Estas dos piezas forman un díptico que por sí solo justifica la publicación del libro.

En el siguiente cuento, 'Dasha Biryuk', asistimos a un cambio de rumbo. Ahora el narrador es un crítico de cine veterano que reporta una experiencia epifánica sobre la creación sucedida en Corea. La factura es impecable, pero echamos a faltar los territorios más próximos de los anteriores. Afortunadamente el siguiente, 'Un conte de fades', adopta la forma de un 'road trip' que nos conducirá al pueblo de la infancia del narrador y al reencuentro con un tío, de manera que se funden las dos generaciones y los dos tiempos de los primeros cuentos.

HOMENAJE A BORGES

'Scherzo per a bandoneó' es, ya desde el título, un ejercicio de estilo muy bien realizado pero sin núcleo. Tarde o temprano, cualquier cuentista ha de escribir un homenaje a Jorge Luis Borges, y este es uno de los mejores que he leído, pero me parece que no era necesario publicarlo. El último cuento, que da título al libro, vuelve a ser una revisión de la infancia, esta vez en forma de encuentro de antiguos alumnos. Es un cuento remarcable, pero en esta posición final tiene los defectos del 'déja lu'.

Sostiene el cliché que solo hay cuentos buenos o malos, sin medias tintas, aunque de hecho cualquier lector competente tiende a encuadrar gran parte de los que ha leído (como la mayoría de novelas, o de canciones, o de películas) en las distintas tonalidades del gris. Si la estadística condena a la mayoría de las obras a la mediocritad, ¿por qué el cuento iba a escaparse de ella? Algunos estudiosos sostienen que el final del cuento ha de ser redondo, o bien -con idéntica convicción- que el final redondo es insufrible. Los mejores autores, en cambio, no se plantean la escritura de un cuento como el cumplimiento de una fórmula, sino como una aventura irrepetible. Es este el caso de Jordi Lara.

El balance de 'Mística conilla' resulta tremendamente positivo. Con el primer, segundo y cuarto cuentos tendríamos una colección irreprochable, de una pura redondez. Hace ocho años, cuando comentábamos el primer libro de cuentos de este autor, 'Una màquina d’espavilar ocells de nit', ya elogiábamos su tono entre pillo y elegiaco. Más allá de la evocación de la infancia y de la proyección de la vejez que manifiesta el narrador situado 'nel mezzo del cammin', lo que hace disfrutar al lector es el ruimbo que toman los diálogos, el desbordamiento de hallazgos verbales, la destreza a la hora de capturar a un personaje en un gesto o en una réplica, la maestría verdagueriana a la hora de encontrar la palabra precisa; en definitiva, la música precisa.