CRÍTICA DE CINE

'Lumière!: comienza la aventura': elogio del cinematógrafo

Homenaje, restauración y análisis, el trabajo de Thierry Frémaux es un filme lúdico y por supuesto histórico, pero al mismo tiempo muy didáctico

Quim Casas

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Lejos del 'biopic' y del documental. Cerca del filme de montaje. Homenaje, restauración y análisis, todo a la vez. '¡Lumière! Comienza la aventura' es una propuesta bastante particular, un filme lúdico y por supuesto histórico, pero al mismo tiempo muy didáctico.

Thierry Frémaux, conocido sobre todo por dirigir el festival de Cannes, también participa de la restauración y exhibición del cine clásico (mudo y sonoro) desde el Instituto Lumière de Lyón y el festival que se realiza por estas fechas en la misma ciudad (este año, por ejemplo, con retrospectiva dedicada a Henri-Georges Clouzot). De allí, de los archivos de Lyón, surge esta película que presenta 108 de los 1.422 cortos de 50 segundos de duración que realizaron los hermanos Louis y Auguste Lumière y sus operadores.

De Lyón a Kioto, de París a Barcelona, de Marsella a Berlín, de Biarritz a La Martinica, de Ginebra a Chicago, de Dublín a Jerusalén. El cine primitivo como conocimiento del mundo. Frémaux comenta las 108 películas y analiza los logros y estilo de los Lumière a la vez que explica las técnicas de rodaje con unas cámaras que, no se olvide, carecían de visor: pura intuición, el arte instantáneo.

Nunca antes habíamos visto títulos como 'La salida de los obreros de la fábrica Lumière', 'El regador regado', 'Llegada del tren a la estación de La Ciotat' o 'La partida de cartas', rodados en 1895 con la cámara-proyector inventado por los Lumière, el cinematógrafo, con la calidad visual que presenta ahora este montaje de Frémaux.

Y esta calidad visual tras una paciente restauración digital permite ahora, porque antes era imposible dado el pésimo estado en el que se conservaban los originales y las copias, comprobar el trabajo de los Lumière con la profundidad de campo, las perspectivas en diagonal y los movimientos de cámara para retratar tanto una estampa familiar en vacaciones, como la fantasmal entrada de un tren en una estación que aterrorizó a los primeros asistentes a una proyección cinematográfica más que un filme de Drácula o de Jack el Destripador.