CRÍTICA

'Julieta': Almodóvar y el melodrama reinventado

QUIM CASAS

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Nadie como Pedro Almodóvar y Todd Haynes para, en la actualidad, reinventar y sedimentar el melodrama clásico. De Haynes tuvimos un espléndido ejemplo hace unas semanas con el estreno de 'Carol'. Años antes, en 'Lejos del cielo', realizó una modélica mixtura argumental y tonal entre el clasicismo de Douglas Sirk ('Solo el cielo lo sabe') y la radicalidad de R.W. Fassbinder ('Todos nos llamamos Alí'): diferencia de clase, homosexualidad, racismo y reivindicación femenina.

Almodóvar invocó de una tacada el 'Opening night' de John Cassavetes y la clásica 'Eva al desnudo' en 'Todo sobre mi madre', ha seguido también las enseñanzas de Sirk en el melo y ahora, con 'Julieta', se sitúa en el fructífero terreno del melodrama hollywoodiense de los años 30 y 40 centrado en personajes femeninos y conflictos generacionales, el denominado 'woman’s film' que daría paso al 'woman’s alone' (mujeres solitarias), tan enraizado igualmente en Edward Hopper, un referente pictórico de Almodóvar y Haynes.

El modelo de 'Julieta' rastrea títulos como 'Stella Dallas', de King Vidor, y 'Alma en suplicio', de Michael Curtiz, ambas centradas en el enfrentamiento entre una madre que lo da todo por su hija y una hija que se aprovecha de la madre. De nuevo Almodóvar y Haynes, inseparables: el segundo hizo con la miniserie 'Mildred Pierce' una modélica recreación de Alma en suplicio.

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Pero todo es extremadamente libre en Almodóvar, tanto los posibles referentes cinematográficos como las adaptación de los tres relatos de Alice Munro que toma de base. Prodigiosa en el tono dramático, tanto en el más contenido como en el más histriónico, 'Julieta' es muy almodovariana pero a la vez distinta de 'Los abrazos rotos', 'Volver', 'Hable con ella' o 'Todo sobre mi madre'. De apariencia más sobria, deja mucho espacio para la invención cómica e incluso lo onírico: las bellas imágenes iniciales del tren de noche y el ciervo en la nieve.

on dos segmentos, los que atañen a Julieta joven y Julieta adulta, Ugarte & Suárez. El relato va y viene, pero no son dos partes equidistantes o un reguero de recuerdos: el equilibro, la armonía dramática, es superior aquí que en otras obras del director y por ello mismo no hay fisuras pese a algún aspecto menos trabajado, como lo que atañe al personaje de Dario Grandinetti.

MADRES E HIJAS

En un plano casi de Bergman, el rostro de Adriana Ugarte se convierte en el de Emma Suárez. El dolor por lo que se perdió cuando era joven se convierte en sufrimiento por lo que también se ha perdido en la madurez. Julieta intenta superar una pérdida especialmente dolorosa, una distancia imposible de rerducir, mientras Almodóvar nos habla de la dificultad de relacionarse entre madres e hijas, sobre todo cuando un abismo incierto se ha abierto entre las dos.

Por el medio, pescadores que salen a la mar en plena tempestad, artistas recogidas en un estudio frente al océano, la extraña fotografía de Jean-Claude Larrieu en interiores (las escenas en el tren y dentro de un coche tienen una iluminación y color que nos sitúa en un hermoso plano no realista) y dos interpretaciones muy buenas de una actriz que atisba otros registros, Ugarte, y otra que vuelve, sigilosa, a sus mejores momentos, Suárez.