CRÍTICA DE CINE

'David Lynch: The art life', evocaciones y acciones

En 'The art life', sabemos cosas de Lynch por su propia boca mientras vemos como concibe sus cuadros esculturales, da volumen a sus lienzos, crea sus reconocibles texturas orgánicas

QUIM CASAS

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La bibliografía sobre David Lynch es generosa, y en muchos de estos textos ha explicado ampliamente cuáles son sus orígenes, su formación artística y su concepción del mundo, sea a través del cine, la televisión, la fotografía, la publicidad, la música, la pintura, internet o, cual artista renacentista del siglo XX y XXI, la serigrafía, el diseño de muebles, las esculturas efímeras, la animación por ordenador o el cómic, que todo lo ha tocado y todo lo ha tocado bien, no como un capricho, sino formando una obra orgánica y tentacular: no pueden separarse sus películas de sus series de fotografías industriales, las pesadillas de algunos de sus cuadros del estilo de blues industrial con el que debutó como músico.

También se le han dedicado varios documentales donde ha contado buena parte de sus vivencias. ¿Qué aporta pues un filme como 'David Lynch: The art life' que no supiéramos ya? La principal particularidad es que se centra estrictamente en su labor pictórica y en sus inicios como director, cuando hizo sus primeros cortos ('The alphabet', 'The grandmoter') y se enfrascó durante más de cuatro años en la paciente elaboración de 'Cabeza borradora'.

Allí, en esos años de infancia y adolescencia en plena era del rock’n’roll vividos en la apacible Missoula (Montana), o en el choque brutal con la vida urbana más sórdida en Filadelfia, se fraguó lo que hoy conocemos por el 'universo Lynch': el regreso a los confines catódicos de 'Twin Peaks'  'Twin Peaks' a partir del próximo mayo es, de momento, la última parada en este ecosistema pluridisciplinario.

Tampoco se trata de una entrevista al uso. Lynch relata cosas sobre sus padres, hermanos y amigos, los tiempos del instituto, las malas compañías, la fascinación por la pintura, el gusto por el cine, el nacimiento de su hija Jennifer. Pero mientras escuchamos su voz, le vemos siempre en su estudio y taller, pintando, concibiendo objetos, serrando la madera o jugando con su hija pequeña llamada Lula, en recuerdo de los tiempos de Sailor, Lula y el corazón salvaje.

Voz y acción, la evocación del pasado y la certeza artística del presente, con el añadido de unas cuantas películas domésticas de los años 50 poco o nada vistas hasta la fecha. En el film, sabemos cosas de Lynch por su propia boca mientras vemos como concibe sus cuadros esculturales, da volumen a sus lienzos, crea sus reconocibles texturas orgánicas. Y sabemos también que muchos elementos de sus posteriores películas se basan en las experiencias propias, como cuando evoca una noche en la que él y su hermano vieron aparecen en plena calle a una mujer completamente desnuda. Aquello quedó ahí, en su cabeza nada borradora, y reapareció años después en una de las escenas más inquietantes de 'Terciopelo azul'.