En tiempos opacos
EL LIBRO DE LA SEMANA Denis Johnson escribe un thriller literario y desapasionado con ecos de Graham Greene
Esta es la novela que habría escrito Graham Greene si el 11-S hubiera ocurrido mucho antes. Otra idea: esta es la novela que habría escrito Don DeLillo si en vez de entregarse a la videncia económica, hubiera decidido disfrazarse de Graham Greene. Podría ser, para acabar con las especulaciones, un par o tres de capítulos de una nueva versión de 'Árbol de humo', cambiando la pantanosa Vietnam por la no menos pegajosa África negra, con sus cortes de luz, sus prostitutas menores de edad, su corrupción galopante y sus selvas tóxicas. Como buena novela de espías que no aspire a ser literatura de aeropuerto, en 'Los monstruos que ríen' lo de menos es la trama. Hay la compra-venta de secretos de Estado, un USB que lo carga el diablo, un montón de uranio como seguro de vida y una amistad masculina basada en la desconfianza mutua, pero si buscamos un argumento más o menos convencional, con un planteamiento, un nudo y un desenlace, nos habremos equivocado de libro. Lo único que evoluciona en el texto es su opacidad, tal vez porque su principal preocupación es demostrar que vivimos tiempos indescifrables.
No es que Johnson describa Sierra Leona, el Congo o Uganda como si fueran paisajes abstractos. En los 90, sus
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crónicas sobre la guerra civil en Liberia para 'Esquire' y 'New Yorker' lo acreditan como algo más que un turista bélico. Y, sin embargo, el aliento periodístico de Johnson cristaliza más en la creación de una atmósfera pesadillesca, una suerte de viaje conradiano al corazón de las tinieblas, que en un fresco sobre la instrumentalización del continente africano por el capitalismo neoliberal. A Johnson también le cuesta ponerse romántico o apasionado, al menos cuando un pasado caníbal parece olerse en el ambiente. Por eso lo más inconsistente de la novela es el súbito amor que Roland Nair, agente especial y mercenario para todo, siente por Davinia, la prometida de Michael Adriko, un buscavidas más peligroso que su aventurero competidor. No hay espacio para el amor en la novela cuando una de sus creaciones más singulares -una suma sacerdotisa en estado salvaje que se hace llamar la Dolce- está convencida de que Dios se lleva a los bebés en sus mandíbulas. Y Dios, claro, es la Dolce. Difícil pensar en un texto más despreocupado por trabajar la empatía con los personajes, más desapegado de ellos, a pesar de estar escrito en primera persona. El mundo es cruel, sobre todo para el que lo cuenta.
Johnson ha calificado 'Los monstruos que ríen' como un 'thriller literario'. Ergo, lo que más importa es el lenguaje. Sin llegar a la excelencia de esa obra maestra en miniatura titulada 'Sueños de trenes', la contundencia poética de Johnson es la gran protagonista de la novela. "Tres buenos hombres: uno joven y dos mayores. Me he olvidado de sus nombres. Tienen ese aspecto inflado de los cadáveres que flotan en formol". Tómenlo como ejemplo de la prosa de un escritor que, afirma, siempre ha seguido el consejo de uno de sus profesores, el poeta Marvin Bell: "Nunca te comprometas con una voz". A tenor del resultado, y por mucho que pueda parecer una novela menor, vagamente deshilachada, deberíamos contradecir a Johnson. Si hay algo de lo que puede estar orgullosa 'Los monstruos que ríen' es de tener una voz, y muy poderosa.
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