'De-mentes criminales': pelucas, disfraces y caca

Trece años después de 'Napoleon Dynamite', Jared Hess privilegia el 'slapstick' facilón y los chistes de retrete en su nueva película

NANDO SALVÀ

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Los tipos que cometieron el robo al banco Loomis Fargo en 1997 eran estúpidos, pero seguro que ninguno de ellos llevaba un peinado a lo Príncipe de Beukelaer, ni se pegó un tiro en el trasero, ni se hizo caca de forma violenta en una piscina. Son aderezos que 'De-mentes criminales' aporta libremente mientras evoca el suceso.

El relato de aquel atraco habría funcionado de maravilla por sí solo como materia prima de una comedia salvaje, pero esta película en realidad parece menos interesada en recrear las páginas de la historia que en hacer dibujos de pichas en sus márgenes. En otras palabras, se contenta con encadenar una sucesión de gags sobre bigotes exagerados y chorros de crema vaginal lanzados a la boca mientras apenas finge dirigir nuestras simpatías hacia su protagonista, un desagradable patán que hace al héroe de 'Napoleon Dynamite' (2004) parecer Jason Bourne en comparación.

Trece años después, el director Jared Hess trata de reciclar parte de la singular excentricidad de aquel debut, aunque en su mayor parte 'De-mentes criminales' privilegia el 'slapstick' facilón y los chistes de retrete. De forma mucho más acuciada que nunca antes en su carrera, Hess parece no darse cuenta de que las pelucas raras y los disfraces estúpidos son más divertidos si el contexto del que forman parte posee un mínimo de verosimilitud; si, dicho de otro modo, los personajes que describen no son meros monigotes